El Papa visita Chipre y Grecia con dos ejes fundamentales y persistentes en su magiaterio: el ecumenismo y la crisis migratoria.
El acercamiento de Francisco a las Iglesias ortodoxas tiene múltiples dimensiones de análisis, pero se destaca una más general: la unidad como estrategia. Su convicción profundamente ecuménica y su la unidad es el principal desafío de la Iglesia Católica y las Iglesias, de los monoteísmos y de las religiones en general. Y uno podría decir que más aún también: de la humanidad entera. La unidad, el ser uno, es su eje fundamental.
Respecto a la relación particular con los ortodoxos, podemos mencionar dos o tres aristas. En primer lugar, la separación con los ortodoxos es un viejo cisma de la Iglesia, de algún la primera división histórica, que si bien se expresó en problemas teológicos, siempre tuvo de por medio también no sólo concepciones del gobierno y pastoreo de las comunidades cristianas, incluido el primado de Roma, sino además dimensiones políticas y de intereses muy terrenales. Es un antiguo problema de muchos siglos, pero que además se complejizó y acaso agravó por desencuentros posteriores. Francisco no sólo ha pedido perdón por ellos, sino que, siguiendo en parte a sus antecesores, especialmente a Benedicto, pero profundizando el acercamiento. Su cercanía con Bartolomé, el patriarca de Constantinopla, se expresa incluso en un documento tan importante como Laudato Si, que Francisco presenta diciendo que se inspira en su «par» ortodoxo. En la misma línea puede hablarse del encuentro con el Patriarca de Moscú y de todas las Rusias, Cirilo I, que curiosamente se realizó en… La Habana.
En la relación con estas Iglesias de oriente, que además en muchos casos conviven con minorías católicas, se puede rescatar en la mirada de Francisco tanto su mirada del largo plazo como sus preocupaciones presentes, tácticas de algún modo, incentivadas por las crisis actuales y el sufrimiento delos pueblos, y además su mirada a futuro, en cuanto estas Iglesias se encuentran en «la interfaz» tanto con el mundo islámico como con Asia en general. La unidad hacia atrás y hacia adelante. Las Iglesias ortodoxas, además, responden a un modelo de autonomía y colegialidad, son de algun modo sinodales en su estructura, constituyendo una comunidad de Iglesias. La sinodalidad de los obispos -más allá del modo de funcionamiento interno de cada iglesia – es un rasgo que se destaca en ellas. Tienen una referencia central, pero el patriarca de Constantinopla actúa sólo como un «primus inter pares», pero son Iglesias con un espíritu más autónomo, y de algún modo más asociadas a las comunidades nacionales o más bien a sus pueblos. Algo de esta forma de iglesia retoma Francisco a la hora de impulsar cambios en la estructura y dinámica del gobierno de la Iglesia.
La figura del poliedro aplica también a este modo de integración de las iglesias cristianas que propone Francisco. Su acercamiento a las Iglesias reformadas -la visita a Ginebra al cumplirse 500 años de la reforma protestante es un hito en este proceso- se complementa con esta apertura a los ortodoxos, lo cual tensiona también ese imaginario que presenta a Francisco como “el gran reformador” o «el progresista» de la Iglesia. Sus apuestas muestran que es mucho más trascendente la expansión de la unidad, que todas la partes estén representadas, antes que avanzar en una agenda de reformas forzadas desde la cúpula.En todo caso, es posible pensar la reforma de Francisco como una lógica de apertura más que de vanguardia. No se trata de una mera innovación sino más bien de ir a la fuente y, desde allí, ampliar.
Pero mirar hacia Oriente desde la perspectiva religiosa es también, desde siempre, mirarlo en términos geopolíticos y humanitarios, y más ampliamente supone posar los ojos sobre el Mediterráneo. En el mar que supo ser el corazón del mundo conocido hoy se encarna la tragedia de los límites del sistema actual y de su gran mito: la globalización. La crisis migratoria, prolongada y profundizada, es el drama de Europa pero también de su utopía – y sus pretensiones- civilizatorias. El imaginario de un desarrollo sostenido y una sociedad sin fronteras retrocede con el avance de los discursos de odio y los nacionalismos de exclusión, junto con la apatía de sociedades que relativizan los famosos valores de libertad, fraternidad e igualdad cuando se trata de hombres y mujeres desesperados escapando de la guerra, la pobreza y la desesperanza.
En los miedos, sueños y dolores de los y las migrantes, Francisco no solo encuentra a los hermanos y hermanas a ser acogidos desde la fraternidad y la justicia, sino también la oportunidad para occidente de reconectar con su memoria y esencia, para desde allí, disponerse a un nuevo tiempo de encuentro y humanidad.
En este espíritu, y queriendo amplificar la voz cálida y firme con la que Francisco abraza a los y las migrantes que esperan un futuro de paz y realización, compartimos las palabras del Papa en la ORACIÓN ECUMÉNICA CON LOS MIGRANTES, realizada en Chipre el pasado 3 de diciembre. Su mensaje es una respuesta a los testimonios de quienes experimentan la violencia del odio, la discriminación y la indiferencia, los cuales también compartimos a continuación.
Thamara (Siri Lanka)
Como alguien que está lejos de su casa de su familia, de su pueblo, de su gente y de su país, a menudo me preguntan quién soy. Esas preguntas no pretenden herir pero se sienten como golpes: ¿Quién eres? ¿Por qué estás aquí? ¿Cuál es tu estatus? ¿Esperas quedarte? ¿A dónde vas a ir?
Todos los días tengo que reducir lo que puedo ser lo que quiero ser o lo que quiero llegar a ser a una marca de verificación junto a una casilla en un formulario. Tengo que usar una o dos palabras para explicarme a los pocos que me preguntan, o que pueden preguntar o reconocer que estoy aquí.
¿Qué cosa digo?
Normalmente debo elegir: “xenos”. Extranjero. Víctima. Solicitante de asilo. Refugiado. Inmigrante. U otra palabra.
Pero lo que quiero gritar y decir es: persona. Hermano. Amigo. Creyente. Vecino. Prójimo
Inevitablemente yo y todos los otros deambulamos preguntándonos quienes somos.
Soy muchas cosas.
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Maccolins (Cameroon)
Soy una persona herida por el odio. Una vez que lo has experimentado, el odio no se puede olvidar. Me ha cambiado, nos ha cambiado. El odio adopta muchas formas, formas horribles. Es el odio que lleva a un ser humano a utilizar un arma no solo para disparar a otro, sino para romperle los huesos mientras otros observan.
Es el odio que puede invadir el alma de alguien lo suficiente para violar la vida humana mientras se le mira fríamente a los ojos.
Así como cómo el odio que puede ser calculador e insensible y llevar a instalar una mina terrestre, consciente de que podrá destruir a cualquier persona o cosa que pase por allí sin saberlo.
Estoy herido no solo por la malicia que mutila corta o mata a otro, sino por el desprecio y la negligencia que provoca incendios, destruye bosques,mata a la tierra y contamina el agua que necesito para vivir y saciar mi sed. Me duelen los actos de odio que hacen imposible aprender y trabajar en diferentes lugares de nuestra casa común. Me duele la falta de amor que nos hace sentir menos que los demás, que nos hace sentir no deseados, como si fuéramos una carga. El odio sutil qué me roba una palabra amable, una sonrisa muy necesaria en un día frío. Las barreras que me mantienen al margen de la comunidad en la que me encuentro.
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Rozh (Irak)
Soy una persona en camino: he tenido qué huir de la violencia las bombas, los cuchillos, el hambre y el dolor. Me han obligado a recorrer carreteras polvorientas, empujado a los caminos, me han escondido en los baúles de los autos, me han arrojado botes que se hundían. Me han engañado. Me han explotado. Me han olvidado. Me han negado. He sido forzado a iniciar este viaje.
Sin embargo mi viaje también ha sido hasta algo. Viajo cada día ansioso por llegar a un nuevo destino. A un lugar seguro y saludable. Un lugar que ofrezca libertad y opciones. Un lugar donde pueda dar y recibir amor. Un lugar donde pueda practicar mi fe y mis costumbres con orgullo, compartiéndolas con los demás. Un lugar donde pueda atreverme a tener esperanza.
Mi viaje me lleva hacia la luz de la fe, el conocimiento y la amistad.
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Mariamie (República Democrática del Congo)
Soy alguien que está llena de sueños. Tengo grandes sueños. Sueño con un mundo en el que nadie se vea obligado a luchar, a batallar, a rendirse, a huir o a llorar.
Un mundo donde nadie sea arrancado de su cama en la mitad de la noche dejando atrás sus juguetes favoritos, abandonando todo para huir.
Sueño con la paz mundial donde los países no se peleen entre sí. Sueño que los habitantes de un mismo país no se hagan daño. Sueño con un lugar donde no se niegue la libertad en los Derechos Humanos.
Sueño con la belleza. La belleza natural que me haga sonreír: niños con sus padres, familias unidas, campo con flores., aguas que corren, voces que se alzan cantando. Pero también tengo pequeños sueños. Cierro los ojos y sueño con el olor de la cocina de mi abuela, los campos después de Una buena lluvia que nutra las semillas. Cierro los ojos y sueño con la brisa del mar. Sueño con ser la mejor de mi clase y convertirme en médica. Sueño con ser bienvenida en todas partes del mundo. En la iglesia en todas las aulas y tiendas. Sueño con qué la gente se interese por mí y no desconfíe. Enseñó que la gente se sorprenda menos cuando no les hablo en griego. Sueño también Qué otros intentan hablarme en francés. Sueño con sonrisas.
VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD EL PAPA FRANCISCO
(2-6 DE DICIEMBRE DE 2021)
ORACIÓN ECUMÉNICA CON LOS MIGRANTES
Iglesia parroquial de la Santa Cruz, Nicosia
Viernes, 3 de diciembre de 2021
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Queridos hermanos y hermanas:
Es una gran alegría estar aquí con ustedes y concluir mi visita a Chipre con este encuentro de oración. Agradezco a los Patriarcas Pizzaballa y Béchara Raï, así como también a la señora Elisabeth de Cáritas. Saludo con afecto y gratitud a los Representantes de las diversas confesiones cristianas presentes en Chipre.
A ustedes, jóvenes migrantes que han dado sus testimonios, deseo decirles un enorme “gracias” de corazón. Había recibido los testimonios con anticipación, hace aproximadamente un mes, y me habían emocionado mucho, y también hoy me han conmovido nuevamente al escucharlos. Pero no es sólo emoción, es mucho más, es la conmoción que viene de la belleza de la verdad, como la de Jesús cuando exclamó: «Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado todo esto a los pequeños y lo has ocultado a los sabios y a los astutos» (Mt 11,25). También yo alabo al Padre celestial porque esto sucede hoy, aquí —como también en todo el mundo—, Dios revela su Reino a los pequeños: Reino de amor, de justicia y de paz.
Después de escucharlos a ustedes comprendemos mejor toda la fuerza profética de la Palabra de Dios que, por medio del apóstol Pablo, dice: «Ustedes ya no son extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familia de Dios» (Ef 2,19). Fueron palabras escritas a los cristianos de Éfeso —no lejos de aquí—; muy distantes en el tiempo, pero palabras tan cercanas, que son más actuales que nunca, como si hubieran sido escritas hoy para nosotros: “Ustedes no son forasteros, sino conciudadanos”. Esta es la profecía de la Iglesia, una comunidad que encarna —con todos los límites humanos— el sueño de Dios. Porque también Dios sueña, como tú, Mariamie, que vienes de la República Democrática del Congo y te has definido “llena de sueños”. Como tú, Dios sueña un mundo de paz, en el que sus hijos viven como hermanos y hermanas. Dios quiere esto, Dios sueña esto. Somos nosotros los que no lo queremos.
Su presencia, hermanos y hermanas migrantes, es muy significativa en esta celebración. Sus testimonios son como un “espejo” para nosotros, comunidades cristianas. Cuando tú, Thamara, que vienes de Sri Lanka, dices: “A menudo me preguntan quién soy”: la brutalidad de la migración pone en juego la propia identidad. “Pero, ¿este soy yo? No lo sé. ¿Dónde están mis raíces? ¿Quién soy?”. Y cuando dices esto, nos recuerdas que también a nosotros se nos hace a veces esta pregunta: “¿Quién eres tú?”. Y, lamentablemente, con frecuencia lo que se quiere decir es: “¿De qué parte estás? ¿A qué grupo perteneces?”. Pero como tú nos has dicho, no somos números, no somos individuos que haya que catalogar: somos “hermanos”, “amigos”, “creyentes” y “prójimos” los unos de los otros. Pero cuando los intereses de grupo o los intereses políticos, también de las naciones, presionan, muchos de entre nosotros son apartados y, sin quererlo, se ven esclavos. Porque el interés siempre esclaviza, siempre crea esclavos. El amor que es amplio y que es contrario al odio, nos hace libres.
Cuando tú, Maccolins, que vienes de Camerún, dices que a lo largo de tu vida has sido “herido por el odio”, tú estás hablando de esto, de estas heridas de los intereses; y nos recuerdas que el odio también ha contaminado nuestras relaciones entre cristianos. Y esto, como tú has dicho, deja una marca, una marca profunda que dura mucho tiempo: es un veneno. Sí, lo has expresado con tu pasión: el odio es un veneno del que resulta difícil desintoxicarse. Y el odio es una mentalidad distorsionada que, en vez de hacer que nos reconozcamos hermanos, lleva a que nos veamos como adversarios, como rivales, o si no como objetos que se venden o se explotan.
Cuando tú, Rozh, que vienes de Irak, dices que eres “una persona en camino”, nos recuerdas que también nosotros somos una comunidad en camino, que estamos en marcha del conflicto a la comunión. En este camino, que es largo y está formado por subidas y bajadas, no nos deben asustar las diferencias entre nosotros, sino más bien, sí deben darnos miedo nuestras cerrazones, y nuestros prejuicios, que impiden que nos encontremos realmente y que caminemos juntos. Las cerrazones y los prejuicios vuelven a construir entre nosotros ese muro de separación que Cristo ha derribado, es decir, la enemistad (cf. Ef 2,14). Y entonces nuestro viaje hacia la unidad plena podrá avanzar en la medida en que tengamos todos juntos la mirada fija en Jesús, en Él, que es «nuestra paz» (ibíd.), que es la «piedra principal» (v. 20). Y Él, el Señor Jesús, viene a nuestro encuentro en el rostro del hermano marginado y descartado, en el rostro del migrante despreciado, rechazado, oprimido, explotado. Pero también —como has dicho tú—, en el rostro del migrante que está en camino hacia algo, hacia una esperanza, hacia una convivencia más humana.
Y así Dios nos habla a través de sus sueños. El peligro es que muchas veces no dejamos entrar los sueños dentro de nosotros, preferimos dormir y no soñar. Es más fácil mirar a otra parte. Y en este mundo nos acostumbramos a la cultura de la indiferencia, a la cultura de mirar a otro lado, y dormirnos así, tranquilos. Pero por este camino nunca se puede soñar. Es duro. Dios habla por medio de sus sueños. Dios no habla por medio de las personas que no pueden soñar nada, porque tienen todo o porque su corazón se ha endurecido. Dios también a nosotros nos llama a no resignarnos a vivir en un mundo dividido, a no resignarnos a comunidades cristianas divididas, sino a caminar en la historia atraídos por el sueño de Dios, que es una humanidad sin muros de separación, liberada de la enemistad, sin más forasteros sino sólo conciudadanos, como nos decía Pablo en el pasaje que he citado. Diferentes, es verdad, y orgullosos de nuestras peculiaridades; orgullosos de ser diferentes, de estas peculiaridades que son un don de Dios, Diferentes, orgullosos de serlo, pero siempre reconciliados, siempre hermanos.
Que esta isla, marcada por una dolorosa división —estoy mirando el muro, allí [a través de la puerta abierta de la Iglesia]—, pueda convertirse con la gracia de Dios en taller de fraternidad. Yo agradezco a todos los que trabajan por esto. Pensar que esta isla es generosa, pero no puede hacerlo todo, porque el número de gente que llega es superior a sus posibilidades de incorporar, de integrar, de acompañar, de promover. Su cercanía geográfica facilita, pero no es fácil. Debemos entender los límites que tienen los gobernantes de esta isla. Pero siempre está presente en esta isla, y lo he visto en los responsables que he visitado, [el compromiso] de convertirse, con la gracia de Dios, en taller de fraternidad. Y podrá serlo con dos condiciones: la primera es el reconocimiento efectivo de la dignidad de cada persona humana (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 8). Nuestra dignidad no se vende, no se alquila, no se pierde. La frente alta: yo soy digno hijo de Dios. El reconocimiento efectivo de la dignidad de toda persona humana: este es el fundamento ético, un fundamento universal que está también en el centro de la doctrina social cristiana. La segunda condición es la apertura confiada a Dios, Padre de todos, y este es el “fermento” que estamos llamados a ser como creyentes (cf. ibíd., 272).
Con estas condiciones es posible que el sueño se traduzca en un viaje cotidiano, hecho de pasos concretos que van del conflicto a la comunión, del odio al amor, de la huida al encuentro. Un camino paciente que, día tras día, nos hace entrar en la tierra que Dios ha preparado para nosotros, la tierra donde, si te preguntan: “¿Quién eres?”, puedes responder a cara descubierta: “Mira, soy tu hermano, ¿no me conoces?”. Y andar así, lentamente.
Escuchándolos a ustedes, mirándolos a la cara, la memoria va más allá, va a los sufrimientos. Ustedes llegaron aquí, pero, ¿cuántos de sus hermanos y hermanas se quedaron en el camino? ¿Cuántos, desesperados, empezaron el viaje en condiciones muy difíciles, incluso precarias, y no pudieron llegar? Podemos decir que este mar se ha convertido en un gran cementerio. Mirándolos a ustedes veo los sufrimientos del camino, tantos que han sido secuestrados, vendidos, explotados; todavía están en camino, no sabemos dónde. Es la historia de una esclavitud, una esclavitud universal. Nosotros miramos lo que sucede, y lo peor es que nos estamos acostumbrando a esto: “Ah, sí, hoy se hundió un barco, allí, muchos desaparecidos”. Pero mira que este acostumbrarse es una enfermedad grave, es una enfermedad muy grave y no hay antibiótico para esta enfermedad. Debemos reaccionar contra este vicio de acostumbrarse a leer estas tragedias en los periódicos o escucharlas en otros medios de comunicación. Mirándolos a ustedes, pienso en tantos que tuvieron que regresar porque los rechazaron y terminaron en los campos de refugiados, verdaderos campos de concentración, donde las mujeres son vendidas, los hombres torturados, esclavizados. Nosotros nos lamentamos cuando leemos las historias de los campos de concentración del siglo pasado, los de los nazis, los de Stalin, nos lamentamos cuando vemos eso y decimos: “Pero, ¿cómo es posible que haya sucedido eso?”. Hermanos y hermanas: está sucediendo hoy, en las costas cercanas. Lugares de esclavitud. He visto algunos testimonios grabados de eso: lugares de tortura, de venta de personas. Esto lo digo porque es mi responsabilidad ayudar a que abramos los ojos. La migración forzada no es una costumbre casi turística, ¡por favor! Y el pecado que tenemos dentro nos impulsa a pensar así: “Pobre gente, pobre gente”. Y con ese “pobre gente” borramos todo. Es la guerra de este momento, es el sufrimiento de hermanos y hermanas que nosotros no podemos callar. Aquellos que han dado todo lo que tenían para subir a un barco, de noche sin saber si llegarían. Y después, tantos de ellos son rechazados y terminan en los campos de concentración, verdaderos lugares de confinamiento, de tortura y de esclavitud.
Esta es la historia de esta civilización desarrollada, que nosotros llamamos Occidente. Y después —perdónenme, pero quisiera decir lo que tengo en el corazón, al menos para rezar unos por otros y hacer algo—, después los alambres de púas. Uno lo veo aquí: esta es una guerra de odio que divide a un país. Pero los alambres de púas, en otros lugares donde están, se ponen para no dejar entrar al refugiado, al que viene a pedir libertad, pan, ayuda, hermandad, alegría, que está huyendo del odio y se encuentra ante un odio que se llama alambre de púas. Que el Señor despierte las conciencias de todos nosotros frente a estas cosas.
Y perdónenme si he dicho las cosas como son, pero no podemos callar y mirar a otro lado, en esta cultura de la indiferencia.
Que el Señor los bendiga a todos. Gracias.