¿Que peso puede tener la opinión del Papa en la definición del voto de un ciudadano de esta periferia anómala llamada Argentina? En 2015, en la recta final de ese mano a mano denominado ballotage, Francisco fue breve al responder a un periodista que pidió un mensaje para los argentinos antes de votar: «Ya saben lo que pienso. Voten a conciencia».
Cuatro años han pasado desde entonces y los argentinos vuelven hoy a las urnas. Cada voto es una neurosis, y de eso dependerá si la condena al capital financiero global, la denuncia a la cultura del descarte y la apuesta por un pueblo organizado en torno al eje Tierra, Techo y Trabajo pueden incidir en la decisión ciudadana. Claro está que los planteos y definiciones que desde un principio presentó Francisco como respuesta a los desafÃos en el escenario global actual han colisionado con las prioridades del actual gobierno argentino. Las esquirlas de esos choques han sido varias y los desencuentros parecen haberse profundizado.
¿Que dirÃa hoy Francisco si se le pidiera que envÃe un mensaje a los argentinos antes de votar? Creemos que la respuesta serÃa la misma: «Ya saben lo que pienso. Voten a conciencia». Por eso, contando como contamos con la conciencia del pueblo y de cada uno, traemos una serie de apartados de la exhortación apostólica Evangelii Gaudium (La Alegrìa del Evangelio) que es sin duda el documento programático de su papado. Allà se condensa con contundencia la mirada de Francisco respecto a temas que están en discusión a la hora de votar, de gobernar y de vivir.
Hay mucho en juego. Pensemos. La alegrìa que vale: la de las buenas noticias para todo el pueblo. Votemos a conciencia.
EXHORTACIÓN APOSTÓLICA «EVANGELII GAUDIUM»
I. Algunos desafÃos del mundo actual
52. La humanidad vive en este momento un giro histórico, que podemos ver en los adelantos que se producen en diversos campos. Son de alabar los avances que contribuyen al bienestar de la gente, como, por ejemplo, en el ámbito de la salud, de la educación y de la comunicación. Sin embargo, no podemos olvidar que la mayorÃa de los hombres y mujeres de nuestro tiempo vive precariamente el dÃa a dÃa, con consecuencias funestas. Algunas patologÃas van en aumento. El miedo y la desesperación se apoderan del corazón de numerosas personas, incluso en los llamados paÃses ricos. La alegrÃa de vivir frecuentemente se apaga, la falta de respeto y la violencia crecen, la inequidad es cada vez más patente. Hay que luchar para vivir y, a menudo, para vivir con poca dignidad. Este cambio de época se ha generado por los enormes saltos cualitativos, cuantitativos, acelerados y acumulativos que se dan en el desarrollo cientÃfico, en las innovaciones tecnológicas y en sus veloces aplicaciones en distintos campos de la naturaleza y de la vida. Estamos en la era del conocimiento y la información, fuente de nuevas formas de un poder muchas veces anónimo.
No a una economÃa de la exclusión
53. Asà como el mandamiento de «no matar» pone un lÃmite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir «no a una economÃa de la exclusión y la inequidad». Esa economÃa mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frÃo un anciano en situación de calle y que sà lo sea una caÃda de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sà mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raÃz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes».
54. En este contexto, algunos todavÃa defienden las teorÃas del «derrame», que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sà mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoÃsta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavÃa no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera.
No a la nueva idolatrÃa del dinero
55. Una de las causas de esta situación se encuentra en la relación que hemos establecido con el dinero, ya que aceptamos pacÃficamente su predominio sobre nosotros y nuestras sociedades. La crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacÃa del ser humano! Hemos creado nuevos Ãdolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economÃa sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano. La crisis mundial, que afecta a las finanzas y a la economÃa, pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su orientación antropológica que reduce al ser humano a una sola de sus necesidades: el consumo.
56. Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayorÃa se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minorÃa feliz. Este desequilibrio proviene de ideologÃas que defienden la autonomÃa absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahà que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranÃa invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas. Además, la deuda y sus intereses alejan a los paÃses de las posibilidades viables de su economÃa y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real. A todo ello se añade una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoÃsta, que han asumido dimensiones mundiales. El afán de poder y de tener no conoce lÃmites. En este sistema, que tiende a fagocitarlo todo en orden a acrecentar beneficios, cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta.
No a un dinero que gobierna en lugar de servir
57. Tras esta actitud se esconde el rechazo de la ética y el rechazo de Dios. La ética suele ser mirada con cierto desprecio burlón. Se considera contraproducente, demasiado humana, porque relativiza el dinero y el poder. Se la siente como una amenaza, pues condena la manipulación y la degradación de la persona. En definitiva, la ética lleva a un Dios que espera una respuesta comprometida que está fuera de las categorÃas del mercado. Para éstas, si son absolutizadas, Dios es incontrolable, inmanejable, incluso peligroso, por llamar al ser humano a su plena realización y a la independencia de cualquier tipo de esclavitud. La ética —una ética no ideologizada— permite crear un equilibrio y un orden social más humano. En este sentido, animo a los expertos financieros y a los gobernantes de los paÃses a considerar las palabras de un sabio de la antigüedad: «No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos»[55].
58. Una reforma financiera que no ignore la ética requerirÃa un cambio de actitud enérgico por parte de los dirigentes polÃticos, a quienes exhorto a afrontar este reto con determinación y visión de futuro, sin ignorar, por supuesto, la especificidad de cada contexto. ¡El dinero debe servir y no gobernar! El Papa ama a todos, ricos y pobres, pero tiene la obligación, en nombre de Cristo, de recordar que los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos, promocionarlos. Os exhorto a la solidaridad desinteresada y a una vuelta de la economÃa y las finanzas a una ética en favor del ser humano.
No a la inequidad que genera violencia
59. Hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad. Pero hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia. Se acusa de la violencia a los pobres y a los pueblos pobres pero, sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión. Cuando la sociedad —local, nacional o mundial— abandona en la periferia una parte de sà misma, no habrá programas polÃticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad. Esto no sucede solamente porque la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en su raÃz. Asà como el bien tiende a comunicarse, el mal consentido, que es la injusticia, tiende a expandir su potencia dañina y a socavar silenciosamente las bases de cualquier sistema polÃtico y social por más sólido que parezca. Si cada acción tiene consecuencias, un mal enquistado en las estructuras de una sociedad tiene siempre un potencial de disolución y de muerte. Es el mal cristalizado en estructuras sociales injustas, a partir del cual no puede esperarse un futuro mejor. Estamos lejos del llamado «fin de la historia», ya que las condiciones de un desarrollo sostenible y en paz todavÃa no están adecuadamente planteadas y realizadas.
60. Los mecanismos de la economÃa actual promueven una exacerbación del consumo, pero resulta que el consumismo desenfrenado unido a la inequidad es doblemente dañino del tejido social. Asà la inequidad genera tarde o temprano una violencia que las carreras armamentistas no resuelven ni resolverán jamás. Sólo sirven para pretender engañar a los que reclaman mayor seguridad, como si hoy no supiéramos que las armas y la represión violenta, más que aportar soluciones, crean nuevos y peores conflictos. Algunos simplemente se regodean culpando a los pobres y a los paÃses pobres de sus propios males, con indebidas generalizaciones, y pretenden encontrar la solución en una «educación» que los tranquilice y los convierta en seres domesticados e inofensivos. Esto se vuelve todavÃa más irritante si los excluidos ven crecer ese cáncer social que es la corrupción profundamente arraigada en muchos paÃses —en sus gobiernos, empresarios e instituciones— cualquiera que sea la ideologÃa polÃtica de los gobernantes.
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