El próximo 3 de octubre, Francisco firmará su tercera encíclica, la primera después de Laudato Si. Vuelve a Asís para darla a conocer, y vuelve sobre el otro Francisco, y con una cita suya, “hermanos todos”, titula la encíclica. En los meses de la pandemia, el Papa fue elaborando en sus diferentes intervenciones insumos que seguramente aparecerán en los documentos. Lo que compartimos aquí son reflexiones a partir de las catequesis que el Francisco comparte todos los miércoles en las audiencias generales, en un ciclo de intervenciones con el título “Curar el mundo”. “Hermanos todos” y “Curar el mundo”son dos invitaciones, dos afirmaciones y dos motivos que dialogan entre sí. Preparándonos para la recepción del nuevo mensaje compartimos un aporte sobre las catequesis de ese ciclo.
La cura de la enfermedad es central en la perspectiva cristiana. Jesús, que desconoce el concepto de “alma” tal cual lo solemos usar, se hace famoso con milagros materiales y corporales. Multiplica panes, convierte agua en vino y, muy especialmente, cura enfermos. Sana. De manera muy corporal e inmediata: tan palpable como los panes y los peces. O las heridas. Exorciza poseídos. Llegado el caso, resucita muertos.
Así es la idea de redención. Curar, sanar, salvar, rescatar. Levantar. También, como literalmente se encuentra en “curar”, se trata de cuidar. Y esa resonancia complementaria de alerta (guarda) y de protección e incluso de vigilancia (custodia). Terapia y clínica también.
Catequesis significa “susurro”, rumor. Palabra al oído. Invitación. “Nadie se salva solo” es una consigna simple y revulsiva que está en el núcleo de la política actual y sus tensiones. Es una frase de Francisco. Lo que es escuchado como susurro, debe gritarse como acción. Y hacerse como caricia. Y como milagro también. La curación es de palabra y de cuerpo, de materia y espíritu. Pero es realidad efectiva, o no es. Sólo así vale como promesa. Y viceversa.
1 – CURAR EL MUNDO
En los días de la pandemia, y como preparación a su encíclica “Fratelli Tutti/ Hermanos todos”, este Papa que lleva el nombre del gran curador -por reconstructor, que es otra resonancia de la palabra-, que fue Francisco de Asís, planteó en sus intervenciones que hace todos los miércoles en la audiencia general -llamadas “catequesis”-, una serie de reflexiones con el título, justamente, de “Curar el mundo”.
De algún modo, esta invitación es la contrapartida, la motivación, el sentimiento, la razón y el resultado de que somos hermanos. Porque compartimos el mundo.
Notar esto. Francisco señala siempre la “mundanidad” como el peor de los males. Y en ese camino muchas veces se lo suele acusar de retrógrado y conservador. Sin embargo, en la diferencia entre “mundanidad” y “mundo”, está esto: la tarea concreta y el resto de distancia, para poder disfrutar un mundo compartido como casa común.
La invitación es esta: notar el punto donde, sustraídos de la aplanadora de una subjetividad de consumo que nos hace al mismo tiempo víctimas y engranajes intercambiables, sucede ese momento de sustracción y ternura donde podemos recordar, también a la vez, que tenemos una tarea compartida de cuidado y ternura, y un mandato político con el nombre mismo de la fraternidad.
Las religiones, el cristianismo, el evangelio y la Iglesia (se puede tomar cualquier nivel) con todos sus límites y perversiones, contienen algo de ese resto como memoria y tesoro. Por eso el Papa recorre en sus catequesis los núcleos de lo que en su tortuosa y larga marcha se ha plasmado en el pensamiento católico de lo social.
La tarea posible es traducirlos, a nuestra propia situación y nuestras matrices políticas concretas, del campo popular en sentido amplio y de cada corriente en particular. Y muy especialmente a la construcción política concreta que debe incluir a todos en la Argentina que nos enfrenta otra vez a operativizar un “todos” abierto y unido a la vez, atravesado por los antagonismos propios de nuestra sociedad. No hay que ser muy perspicaz para saber cómo por un lado estos planteos se imbrican en nuestras historias y doctrinas.
La fuente está abierta otra vez, disponible. Contradictoria. Exigente. Limitada también, porque Francisco es el Papa, no el mesías. Y el mismo mesías diría, como lo hizo efectivamente, son ustedes los que deben leer las señales del tiempo y reconocer una fuerza. Intuiciones hay.
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“Una sanación física y espiritual, todo junto, fruto de un encuentro personal y social. Imaginamos cómo esta amistad, y la fe de todos los presentes en esa casa, hayan crecido gracias al gesto de Jesús. ¡El encuentro sanador con Jesús!”
“A lo largo de los siglos, y a la luz del Evangelio, la Iglesia ha desarrollado algunos principios sociales que son fundamentales (cfr Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia , 160-208 ), principios que pueden ayudarnos a ir adelante, para preparar el futuro que necesitamos. Cito los principales, entre ellos estrechamente relacionados entre sí: el principio de la dignidad de la persona, el principio del bien común, el principio de la opción preferencial por los pobres, el principio de la destinación universal de los bienes, el principio de la solidaridad, de la subsidiariedad, el principio del cuidado de nuestra casa común . Estos principios ayudan a los dirigentes, los responsables de la sociedad a llevar adelante el crecimiento y también, como en este caso de pandemia, la sanación del tejido personal y social. Todos estos principios expresan, de formas diferentes, las virtudes de la fe, de la esperanza y del amor.”
“Esta cultura de la indiferencia que acompaña la cultura del descarte: las cosas que no me tocan no me interesan. La fe siempre exige que nos dejemos sanar y convertir nuestro individualismo, tanto personal como colectivo; un individualismo de partido, por ejemplo.”
PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Biblioteca del Palacio Apostólico
Miércoles, 5 de agosto de 2020
2 – FE Y DIGNIDAD HUMANA
“Tu fe te ha salvado”, cuenta el Evangelio que fueron las palabras con las que Jesús se dirigió a la mujer que necesitaba curarse. El mensaje y los gestos de Jesús reformularon los códigos y modos en que se concebía la salvación y la dignidad. La curación física y corporal de Jesús era también una redención a través de la mirada. Jesús habilitaba (y habilita) un recomienzo que comienza con el reconocimiento del valor de la vida del que sufre. Un Dios cercano, misericordioso y de amor implicaba un reencuentro de cada uno con su propia dignidad. Empezando por el último para llegar a todos era el criterio.
La dignidad humana como valor es el núcleo de las discusiones en torno a los modos de enfrentar la pandemia desde lo público. ¿Qué se cuida? ¿Qué se privilegia? ¿A quiénes? ¿Qué es lo prioritario?. Preguntas que, en otr registro, y en particular el del Papa, tiene por detrás: ¿qué es lo sagrado en todo esto?. El modo en que se responde a estos planteos co-rresponde a una ética política, conjugada también con tradiciones e imaginarios de cada sociedad. Y también a su experiencia histórica, sobre como distribuir los bienes, el trabajo, el poder, la tierra y, en última instancia, los destinos.
Pero junto con esto la pandemia también ha demostrado que la dimensión individual -en tanto agencia de los sujetos- tiene consecuencias en el conjunto. Las discusiones y dilemas respecto a cómo encarar las medidas sanitrias, como el aislamiento social, contemplando la angustia personal con el cuidado hacia el otro, deja un aprendizaje respecto a la “atención, cuidado y estupor” que demanda una vida en sociedad y de encuentro. Salir mejores responde principalmente a esto: a cómo se conjugan ética personal, conflicto social, distribución material y felicidad popular. Cómo se reparte la vida.
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“La pandemia ha puesto de relieve lo vulnerables e interconectados que estamos todos. Si no cuidamos el uno del otro, empezando por los últimos, por los que están más afectados, incluso de la creación, no podemos sanar el mundo.”
“El coronavirus no es la única enfermedad que hay que combatir, sino que la pandemia ha sacado a la luz patologías sociales más amplias. Una de estas es la visión distorsionada de la persona, una mirada que ignora su dignidad y su carácter relacional. A veces miramos a los otros como objetos, para usar y descartar. En realidad, este tipo de mirada ciega y fomenta una cultura del descarte individualista y agresiva, que transforma al ser humano en un bien de consumo.”
“Esta renovada conciencia de la dignidad de todo ser humano tiene serias implicaciones sociales, económicas y políticas. Mirar al hermano y a toda la creación como don recibido por el amor del Padre suscita un comportamiento de atención, de cuidado y de estupor.”
PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Biblioteca del Palacio Apostólico
Miércoles, 12 de agosto de 2020
3 – EL DESTINO UNIVERSAL DE LOS BIENES Y LA VIRTUD DE LA ESPERANZA
La materialidad de los bienes, la espiritualidad de su disfrute y la concepción sobre su destino delinean el que quizás es el punto más revulsivo para el capitalismo contemporáneo y sus pensadores-mediadores culturales y políticos: el límite a la propiedad privada, o dicho por la positiva, el destino universal de los bienes.
Es la contrapartida económica y en ese sentido totalmente política de la hermandad de todos. Y más allá de que para muchos es un planteo “no-lo-suficientemente revolucionario” guarda, incluso en lo que pueda tener de ambigua su formulación, un criterio disruptivo que cuestiona al fondo la matriz del capitalismo. Uno de los puntos nodales, unas de las divinidades del capitalismo como religión: la propiedad entendida como intocable.
En nuestra tradición política popular hay fuerte memoria, doctrina, experiencia y controversias, plasmaciones y límites, para la aplicación de este criterio.
Hoy, en un momento donde “las dos pandemias” (la del virus, la del neoliberalismo y, quizás también la tercera, la de la indiferencia existente e inducida) ponen de manifiesto la necesidad de plasmar política públicas, construcción comunitaria, acción política e intervención estatal para distribuir la riqueza y componer un país no sólo más justo sino efectivamente viable “con todos adentro”, el destino común de los bienes es el nombre de un criterio directamente asociado a la esperanza que tenemos que plasmar en la acción colectiva y las prácticas militantes.
La esperanza es aquello, como ha dicho Francisco reiteradamente en la pandemia, que se diferencia de la ilusión. Y también del mero optimismo. La esperanza por un lado es una apuesta subjetiva personal y colectiva, y por otro lado es una promesa que se construye en la acción, la cercanía y lo concreto.
Todo gesto, propuesta, argumental y cosa concreta que hagamos, debería tener el criterio de sembrar, ampliar y plasmar el destino universal de los bienes, la posibilidad esperanzada de su disfrute y la promesa aglutinadora y convocante, de reconocimiento de lo que puede ser y lo que podemos ser juntos: hermanos todos.
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“Estos síntomas de desigualdad revelan una enfermedad social; es un virus que viene de una economía enferma. Tenemos que decirlo sencillamente: la economía está enferma. Se ha enfermado. Es el fruto de un crecimiento económico injusto —esta es la enfermedad: el fruto de un crecimiento económico injusto— que prescinde de los valores humanos fundamentales. En el mundo de hoy, unos pocos muy ricos poseen más que todo el resto de la humanidad.”
“Para asegurar que lo que poseemos lleve valor a la comunidad, «la autoridad política tiene el derecho y el deber de regular en función del bien común el ejercicio legítimo del derecho de propiedad» (ibid . , 2406) [1] . La «subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes […] es una “regla de oro” del comportamiento social y el primer principio de todo el ordenamiento ético-social» ( LS , 93) [2]”
“Cuando la obsesión por poseer y dominar excluye a millones de personas de los bienes primarios; cuando la desigualdad económica y tecnológica es tal que lacera el tejido social; y cuando la dependencia de un progreso material ilimitado amenaza la casa común, entonces no podemos quedarnos mirando. No, esto es desolador. ¡No podemos quedarnos mirando!”
PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Biblioteca del Palacio Apostólico
Miércoles, 26 de agosto de 2020
4 – LA SOLIDARIDAD Y LA VIRTUD DE LA FE
Cuando el líder sindical Luis Inacio Lula Da Silva llegó a la presidencia de Brasil en 2003 desafió la lógica hegemónica de los papers económicos planteando que “los pobres no son el problema, sino la solución”. Su principal argumento era que para que el gigante sudamericano volviese a crecer era necesario redistribuir en lugar de ajustar y concentrar. Durante sus años de gobierno 40 millones de personas salieron de la pobreza y Brasil creció de manera sostenida. Esa decisión de reformular la forma social, para acortar las distancias que separan a unos de otros, chocó con un racismo sedimentado durante siglos de esclavitud y segregación. La cultura del descarte hoy es la que se reinstaló en Brasil. El modo en que Bolsonaro administra la pandemia es una explicitación demasiado dramática y cruda de esto.
La tentación del “sálvese quien pueda” es permanente y sutil. Ensayar respuestas colectivas en momentos críticos implica primero desarticular nuestro impulso individual -mezquino pero muy instintivo también- para luego perseverar en una apuesta por el pueblo y una fe en el otro. Es una revolución de la mirada que implica comprender al prójimo como la posibilidad de la solución y la fuente de una felicidad, antes que la amenaza a lo que tengo y soy.
Leonardo Favio decía que “no es posible ser feliz en soledad”. Francisco presenta la diversidad solidaria justamente como “anticuerpos” contra la enfermedad del egoísmo, y también de las estructuras injustas. No se trata de buenas acciones aisladas -siempre bienvenidas- sino de la comprensión que el bienestar nace de una sociedad que se concibe como un todo del cual uno es parte, responsable y protagonista también.
La hiperconcentración de la riqueza, el descarte masivo de vidas humanas condenadas a la pobreza y la violencia cotidiana, son todos componentes de una distorsión económica y social que demanda una solidaridad cotidiana pero también estructural. El proyecto de ley para que el 1% de la población más rica del país haga un aporte extraordinario para atender las urgencias de millones que la pasan muy mal y que pese a eso aguantan es un ejemplo concreto.
La solidaridad efectiva, esa que nace de darse e impacta en nuestra comodidad, salva, cura y redime en ambas direcciones. Es un acto de fe en el otro, de amor a la dignidad humana y también de búsqueda. Hay una felicidad que está más allá del homebanking y que tiene que ver con saberse pueblo y hermano de todos.
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“La pandemia actual ha puesto de relieve nuestra interdependencia: todos estamos vinculados, los unos con los otros, tanto en el bien como en el mal. Por eso, para salir mejores de esta crisis, debemos hacerlo juntos. Juntos, no solos, juntos. Solos no, ¡porque no se puede! O se hace juntos o no se hace. Debemos hacerlo juntos, todos, en solidaridad.”
«La palabra “solidaridad” está un poco desgastada y a veces se la interpreta mal, pero es mucho más que algunos actos esporádicos de generosidad. ¡Es más! Supone crear una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos» (Exhort. ap. Evangelii gaudium , 188). Esto significa solidaridad. No es solo cuestión de ayudar a los otros —esto está bien hacerlo, pero es más—: se trata de justicia (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1938-1940).
“Diversidad y solidaridad unidas en armonía, este es el camino. Una diversidad solidaria posee los “anticuerpos” para que la singularidad de cada uno — que es un don, único e irrepetible — no se enferme de individualismo, de egoísmo. La diversidad solidaria posee también los anticuerpos para sanar estructuras y procesos sociales que han degenerado en sistemas de injusticia, en sistemas de opresión (cfr. Compendio de la doctrina social de la Iglesia , 192). Por tanto, la solidaridad hoy es el camino para recorrer hacia un mundo post-pandemia, hacia la sanación de nuestras enfermedades interpersonales y sociales. No hay otra.”
PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Patio de San Dámaso
Miércoles, 2 de septiembre de 2020
5 – AMOR Y BIEN COMÚN
Viralizar el amor. Un amor generativo. “Perdonar es la enfermedad de Dios” ha dicho el Papa. El amor es otro nombre de lo mismo: “Soy el remedio sin receta y tu amor mi enfermedad”.
El amor inclusivo sana, dice Francisco. Un amor que siendo siempre singular se proyecta de forma abierta y disponible. Algo de eso también señala la categoría de “soledad común” de la que habla Jorge Alemán, y con la que resuelve -siempre en tensión- lo más personal y lo más colectivo, lo más íntimo y lo más exterior, lo que siendo singularísimo nos hace igual a todos: el deseo de amar y ser amados. Estos son criterios existenciales y políticos a retomar y plasmar. Criterios que también son de economía, de cultura, de vinculación, de práctica. De política.
El amor puede generar estructuras, dice el Papa. Cuando uno lee una frase de este tipo, no puede dejar de sentirla como cursi, blanda, ingenua, banal incluso. Prepolítica, irracional, antigua, tonta, inasible: suena difícil. Quizás entonces, no esté de más poner esto en clave interrogativa. ¿Puede el amor generar estructuras y realidades políticas?¿Bajo qué condiciones reales? ¿Qué es necesario para que esto sea posible? ¿Con cuáles límites?
También vale hacerse, ante la duda que pueda presentarnos esta relación difícil entre amor y política, si acaso hay alguna política o realidad histórica debajo o dentro de la cual no haya una idea del otro, de los otros, de la humanidad, de lo que nos une. Otra vez vamos a la encíclica: “Hermanos todos” puede parecer una mera consigna, inoperante, abstracta. Pero si esto es así, ¿cómo podemos separar las políticas actuales de consignas como “la sociedad no existe, solo existen individuos” -de Margaret Thatcher- u otras menos famosas pero no menos eficaces? No debemos subestimarlas. La concepción de unidad y la unidad de concepción que tengamos sobre qué somos y qué podemos ser, los modos de imaginar, de proveer imágenes-consignantes que tengamos en este tiempo, son fundamentales.
Como el amor mismo, estas imágenes son tarea, trabajo artesanal e ingeniería. Creatividad -Francisco insiste en esta pandemia con esta apelación y exigencia de crear- como inspiración pero también como transpiración y trabajo arduo. Y combate. Remar y creer en medio de la tempestad, y no un sentimiento blando, es el amor. Decisivo, como dice el Papa en el texto.
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“Amar a todos, incluidos los enemigos, es difícil —¡diría que es un arte!—. Pero es un arte que se puede aprender y mejorar. El amor verdadero, que nos hace fecundos y libres, es siempre expansivo e inclusivo. Este amor cura, sana y hace bien. Muchas veces hace más bien una caricia que muchos argumentos, una caricia de perdón y no tantos argumentos para defenderse. Es el amor inclusivo que sana.”
“El amor no se limita a las relaciones entre dos o tres personas, o a los amigos, o a la familia, va más allá. Incluye las relaciones cívicas y políticas (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica [CIC] , 1907-1912), incluso la relación con la naturaleza (Enc. Laudato si’ [LS] , 231). Como somos seres sociales y políticos, una de las más altas expresiones de amor es precisamente la social y política, decisiva para el desarrollo humano y para afrontar todo tipo de crisis ( ibid . , 231).”
“Un virus que no conoce barreras, fronteras o distinciones culturales y políticas debe ser afrontado con un amor sin barreras, fronteras o distinciones. Este amor puede generar estructuras sociales que nos animen a compartir más que a competir, que nos permitan incluir a los más vulnerables y no descartarlos, y que nos ayuden a expresar lo mejor de nuestra naturaleza humana y no lo peor.”
PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Patio de San Dámaso
Miércoles, 9 de septiembre de 2020
6 – CUIDADO DE LA CASA COMÚN Y ACTITUD CONTEMPLATIVA
Un canto de alabanza de San Francisco de Asís es el punto de partida desde donde Francisco, el del siglo XXI, se para para hablarle al mundo. La fraternidad nace de una revelación, de una verdad que se revela y que transforma el modo en que miramos el mundo y a los demás. La epistemología tecno-burocrática ofrece una distancia analógica con la naturaleza que funciona como un engaño respecto a los límites que la materialidad del ambiente efectivamente nos presenta. El futuro demanda reformular nuestro vínculo con la madre tierra.
Porque justamente la naturaleza nos da un punto de encuentro como iguales -en origen y destino-. Detener la voracidad del ethos capitalista implica poder contemplar la abundancia que se nos es gratuitamente ofrecida, si la sabemos apreciar y compartir, y ponerla en clave de destino universal. Hay que universalizar la belleza y la abundancia. Hay para todos y mucho, siempre y cuando estemos dispuestos a compartir como hermanos y hermanas.
Esta fraternidad y solidaridad también implica a los que estuvieron y a los que vendrán. Solidaridad intergeneracional, la llama el Papa, para explicar que “curar el mundo” no es tarea de una sola generación. Pero el tiempo verbal siempre es el presente. Hoy es siempre todavía, toda la vida es ahora.
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“El cuidado es una regla de oro de nuestra humanidad y trae consigo salud y esperanza (cf. Enc. Laudato si’ [ LS ], 70). Cuidar de quien está enfermo, de quien lo necesita, de quien ha sido dejado de lado: es una riqueza humana y también cristiana.”
“La contemplación, que nos lleva a una actitud de cuidado, no es mirar a la naturaleza desde el exterior, como si no estuviéramos inmersos en ella. Pero nosotros estamos dentro de la naturaleza, somos parte de la naturaleza. Se hace más bien desde dentro, reconociéndonos como parte de la creación, haciéndonos protagonistas y no meros espectadores de una realidad amorfa que solo serviría para explotarla.”
“Contemplar y cuidar: ambas actitudes muestran el camino para corregir y equilibrar nuestra relación como seres humanos con la creación. Muchas veces, nuestra relación con la creación parece ser una relación entre enemigos: destruir la creación para mi ventaja; explotar la creación para mi ventaja. No olvidemos que se paga caro ; no olvidemos el dicho español: “Dios perdona siempre; nosotros perdonamos a veces; la naturaleza no perdona nunca”.
PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Patio de San Dámaso
Miércoles, 16 de septiembre de 2020