“Mas no todo es folklore en la blasfemia (…) En una Facultad de Teología bien organizada es imprescindible —para los estudios del doctorado, naturalmente— una cátedra de Blasfemia, desempeñada, si fuera posible, por el mismo Demonio.
-Continúe usted, señor Rodríguez, desarrollando el tema».
-En una república cristiana (… ), democrática y liberal, conviene otorgar al demonio carta de naturaleza y de ciudadanía, obligarle a vivir dentro de la ley, prescribirle deberes a cambio de concederle sus derechos, sobre todo el específicamente demoníaco: el derecho a la emisión del pensamiento. Que como tal demonio nos hable, que ponga cátedra, señores. No os asustéis. El demonio, a última hora, no tiene razón: pero tiene razones. Hay que escucharlas todas».
Antonio Machado, Juan de Mairena
Odio, odiadores, gente que parece poseída, veneno social. Sobre el malestar y las dificultades crecen mil expresiones solidarias. Pero junto con ellas la escena pública se ve tomada también por manifestaciones difíciles de entender. Desde las redes a las plazas. Esto sucede en el marco de la situación excepcional de la pandemia, pero viene desde antes en la escena política y la vida social. En la cultura y las prácticas sociales, el tema del mal está presente de mil formas. Muchas veces es un mal sin nombre, al que se le buscan respuestas más allá de las ventanillas de curación oficiales. Es un momento donde el odio parece encarnarse, tomar cuerpo en personas y líderes, en discursos y también en propuestas. Da la impresión de que no hay disponibles elementos, en el repertorio habitual, para pensarlo. Ni en la reflexión ni en la política. Al respecto, una posibilidad es justamente salir de los límites del pensamiento habitual y animarnos a beber de otras fuentes para enfrentar la cuestión. Probamos. Como todo exorcismo, puede fallar.
NO ES FÁCIL ABORDAR EL TEMA DEL MAL
Muchos temen, seguramente con razón, que reponerlo en la reflexión solamente puede tener el destino de generar binarismos totalizantes y totalitarios. Las prevenciones crecen si el abordaje toma como componente elementos que no abrevan del mero paradigma ilustrado, sino que suma algo que venga de la teología o de la religión. Y peor aun si la figura del Papa está de por medio.
Algunos de los que temen y advierten son compañeros nuestros que señalan con razón los riesgos. Otros son meros repetidores del sentido común liberal que ve superstición en todo lo que no sea su religión: el capital y la tecnociencia al servicio de la mercancía.
Pero en la dificultad de tomar el tema del mal y de lo diabólico, del odio que aparece como no pensable, actúa, de manera tan sutil como feroz otro totalitarismo. Es una matriz de pensamiento que no duda en condenar como totalitaria cualquier toma de posición y considerar un ataque a la libertad y la opinión -y a la libertad de opinión- cualquier consistencia de acción en el enfrentamiento a lo establecido. Esto, en nombre de una forma de democracia que, en algunos casos, ya ni siquiera menciona su nombre. Se acomoda en “república”, o en palabras de vieja e incluso noble tradición emancipadora, como “libertario”. Y ve en cualquier señalamiento del tema del mal una inquisición en ciernes. Entonces se advierte sobre el pensamiento binario, eliminando toda polaridad del pensamiento. Y en el camino, a cualquiera que afirma algo como un bien y toma posición militante al respecto, esta matriz de pensamiento lo señala como un dictador binario y, en definitiva, peligroso. Porque el pensamiento contemporáneo, desde la filosofía a los comentarios de los periodistas, sólo admite su propia versión de lo que es “el mal”: el mal, para la ética predominante, es la toma firme de posición en torno a cualquier proyecto que no se doblegue ante el dominio del capital y sus formas de pensamiento, cultura y concepción del mundo. El paradigma ilustrado, incluso en sus versiones más progresivas, dialécticas, plurales y abiertas, señala como diabólico a cualquiera que hable del diablo, y mucho más a cualquiera que afirme algo demasiado enfático respecto al “bien”. Especialmente si se trata del bien común.
El tema del mal no es ajeno a la filosofía. Desde la segunda guerra mundial, el nazismo, el holocauto y el stalinismo, estuvo y está en el centro de muchas reflexiones. De ese momento se derivan orientaciones éticas fuertes. Pero algunos han advertido los peligros de esa otra identificación del mal de la que se derivan una idea de bien, una ética, y una política.
Alain Badiou señaló magistralmente esta cuestión en su “Ensayo sobre la conciencia del mal”. Hace una crítica de esa ética que hace del mal no una esencia, pero si un a priori, sólo a partir del cual es posible definir el bien. Forzando un poco a Alain – sabemos que él no nos acompañaría fácilmente a este territorio donde pensamos que es posible pensar el diablo-, podemos decir que el filósofo francés cuestiona los cimientos de ese mal-a-priori que funda la ética contemporánea. Esa que por temor al mal, condena toda acción afirmativa del bien como excesiva, como totalitaria, como peligrosa y, en el último caso, como maligna. Por eso la cultura contemporánea y una parte importante de la escena política y cultural actual está rápidamente dispuesta a señalar como “fanáticos” o “terroristas” a piqueteros o militantes políticos, pero de ningún modo a los manifestantes anti cuarentena, a los vaciadores de las arcas del estado y el bolsillo de las mayorías o a los que predican el sacrificio y la inmolación como una necesidad “de la economía”.
Pero se puede pensar el mal desde otro lado. ¿Se corre el riesgo de hacer afirmaciones peligrosas? ¿Se cae enseguida en una estrategia de oscuridad, retrógrada y represora? El riesgo existe.
Sin embargo, la necesidad de pensar el mal existe, porque el mal insiste como nombre de lo que nos sucede. Por eso, con prudencia pero con decisión, es posible explorar otras fuentes y léxicos para entrarle a la cuestión.
CON EL DIABLO NO SE HABLA
Esa es una regla fundamental para un exorcista. Con el demonio no se dialoga porque su arte es arrastrarnos a su infierno. Esta máxima tiene un punto de partida implícito que no está de más explicitar. El diablo existe. ¿Qué es el diablo? El que divide para el mal. El que irrita para dañar. El que rompe para dominar.
Hay una porción de la dirigencia política, fogoneada por el staff periodístico y pagado por los dueños de casi todo, que busca contagiar. Por un lado, en sentido literal. Quieren que a la Argentina le vaya mal y que el sistema de salud colapse. Que podamos campear una pandemia global con orden, planificación y resguardo de las mayorías desactiva el pesimismo permanente de los que viven de las crisis cíclicas de la tragedia nacional. El autoestima argentino es inversamente proporcional al autoestima de la clase dominante. Defienden la desigualdad porque se afirman en ella para ser. Pero también contagian veneno. Inyectan veneno a la gran conversación que une y articula a la sociedad. El tejido social también se resiente y se rompe en el debate público. Jorge Alemán dice que estamos en un momento en que la derecha está “desinhibida”, perdió escrúpulos y límites. Hay una agresividad que conjuga desesperación y furia del que pierde poder. Escupe porque quiere provocar, necesita atraer la atención, existe en el kilombo. Ese es su juego y su negocio.
Esto es un dato objetivo de la historia económica reciente de la Argentina. Del rodrigazo para acá, cada vez que la economía argentina voló por los aires y se devaluó el valor del esfuerzo de los que laburan y producen, la riqueza se concentró, se fugó y se extranjeriza. Es claro. Cada vez que a vos te fue muy mal, a ellos les fue muy bien. Pero ellos no son tanto los que salen con la celeste y blanca en una supuesta defensa de la libertad y la república en medio del pico de contagios de la pandemia, sino más bien los que rosquean en Davos y financian a los “sacerdotes” del dios dinero del diario y la TV.
¿Hay que ir a TN? ¿Hay que penalizar a quién toma dióxido de cloro en “prime time”? ¿Qué se hace con un periodista festejando los contagios? ¿Cómo se convive con el veneno de Alfredo Casero? La pantalla, el algoritmo y los inescrupulosos son un combo feroz. La crisis del 2008 desató unos demonios que le hablan a lo oscuro que también nos habita a cada uno de nosotros. Se habla de la derecha “postsecular”, no tanto por que estos hayan vuelto a creer en lo trascendente –antes y ahora son fieles al dios mamón-, sino que recuperan el discurso religioso y el clivaje sobre la esencia como un punto donde hacer palanca.
Esta lógica que se reproduce también tiene nombres propios. Steve Bannon es uno de estos esbirros. Es el ariete y también maestro mayor de esta operación global con episodios y escenarios concretos: el Brexit, el batacazo de Trump, el NO a la Paz en Colombia y el “sí se puede” de 2015 en estas pampas. En esta ofensiva teledirigida y voraz, Roma es uno de sus blancos estratégicos. El capital no tolera que lo señalen y lo desafíen. Que no le tengan miedo. Por eso apuntan con insistencia contra Francisco.
EL PRÍNCIPE DE ESTE MUNDO
Francisco habla del diablo. Lo nombra, sobre todo en sus intervenciones orales. Habrá quien diga que lo hace porque es lo-que-ya-sabemos: un retrógrado oscurantista. Otros, en el norte o el sur, a la izquierda o la derecha, dirán que es parte de su demagogia simplista o populista, vinculada a su idolátrica y herética heterodoxia asociada a la religiosidad popular.
“No puede haber diálogo con el príncipe de este mundo, ¡que esté claro!” dijo Francisco en una homilía de Santa Marta al comienzo de su pontificado. “El diálogo proviene de la caridad, del amor. Pero con ese príncipe es imposible dialogar: uno solo puede responder con la Palabra de Dios, que nos defiende” fueron sus palabras el 11 de octubre de 2013.
Para Francisco el Diablo es el “príncipe de este mundo”. El hegemon ¿podemos decir? ¿Su primer ordenador? El tema del mundo y, especialmente el de la “mundanidad” es central también en su mensaje. Propone algo así como una disciplina personal y popular para sustraerse a ella, a esa “seducción del maligno” que siempre vuelve. Un planteo que va en línea con San Juan: “estén en el mundo sin ser del mundo”. Necesitamos convicción y astucia para no ser sujetos oscuros que están en el mundo entregados a la inercia del mismo. También para no ser meras almas bellas que, por no ser del mundo, se van de él.
Francisco asocia el tema del diablo a algo muy presente hoy: la mentira. “El diablo es mentiroso, es el padre de los mentirosos, el padre de la mentira” y reiterando con San Pablo, que hay que estar “ceñidos con el cinturón de la verdad y vistiendo la justicia como coraza”. Y también señala al dinero: “Decía Basilio de Cesarea, Padre de la Iglesia del siglo iv, citado luego por san Francisco de Asís, que «el dinero es el estiércol del diablo». Lo repite ahora también el Papa: «el dinero es el estiércol del diablo». Cuando el dinero se convierte en un ídolo, dirige las opciones del hombre. Y entonces arruina al hombre y lo condena. Lo hace un esclavo.”
Pero el tema del diablo y la figura de Jorge Bergoglio tiene antecedentes. Estuvo asociado a aquella carta que el entonces Arzobispo de Buenos Aires le envió a los cuatro monasterios carmelitas en tiempos del debate por la ley del matrimonio igualitario. En ella decía “aquí también está la envidia del demonio”. No vamos a justificar ni al Papa ni a Bergoglio en esto, en absoluto. Lo interesante para ser pensado -de esto se trata para nosotros- es ver cómo es que trae la figura del diablo a un tema y situación.
Y también pensar en la dimensión de la conversión y la sanación. «Querida Mónica, Dios que no fue al seminario ni estudió teología te lo retribuirá abundantemente. Rezo por vos y por tus chicas. No se olviden de rezar por mí. Que Jesús te bendiga y la virgen santa te cuide. Fraternalmente, Francisco», fue la respuesta que le envió la semana pasada el Papa a la también monja carmelita, Mónica Astorga, con motivo de la inauguración del primer barrio trans de Argentina.
“La lucha es de igual a igual con uno mismo, y eso es ganar”, dice la canción. En el alma de cada uno se desata una batalla. El amor y la compasión, salvan.
LA HUELLA DEL DIABLO
Rodolfo Kusch dijo: “Hay viajes que son como la vida misma. La vida se siente cuando se la enfrenta con el absurdo, cuando se pone el pie en la huella del diablo. Sólo entonces se la palpa. Y el viaje, un auténtico viaje, consiste en ir al absurdo ubicado en algún lugar de la tierra, lejos de la cómoda y plácida ciudad natal, junto al mismo diablo. Porque el diablo está en los precipicios escalofriantes, en el miedo ante la enfermedad circunstancial, en la tormenta, en la lluvia o en el granizo despiadados, o en la súbita detención del tren por algún derrumbe de la montaña. Ahí reencontramos los grandes temas que hemos olvidado en la gran ciudad, la vida junto a la muerte, el bien junto al mal, Dios y el diablo (..) Aunque vayamos a miles de kilómetros de distancia siempre viajamos dentro de nosotros mismos“.
Quizás uno de los modos de entender las búsquedas absurdas, tanáticas, ridículas, patológicas de un sector y unas personas de nuestra sociedad que parecen odiarse a sí mismas, sea que les ha sido negada la posibilidad de poner, con un resto de fuerza subjetiva o de red colectiva de contención, su propio “pie en la huella del diablo”. No es que queramos verlas especialmente como víctimas de las que hay que compadecerse, pero el hecho es que para construir una sociedad justa, integrada, con libertad e igualdad, es necesario enfrentar el mal. No basta condenar la oscuridad, el lado fiero de la realidad y de las subjetividades, de lo personal y lo colectivo, sino que hay que entender y atravesar.
Porque, de otro modo, no serán solo los sectores televisados y televisables, los de los Audis de lujo y domicilio un poco al norte del obelisco, los que se estarán movilizando, sino que una parte cada vez más amplia de nuestros compatriotas quedarán dejados a la buena de dios -o del diablo- porque una concepción ilustrada no sabe qué hacer con sus angustias y experiencias.
Por eso la metáfora, el antecedente o la referencia, quizás meramente la realidad de cuestiones como las posesiones y el exorcismo pueden servir para ver qué le sucede a una parte de nuestra sociedad.
Ya señalamos los riesgos de acercarnos a esto: pero nos preguntamos si no es mayor el riesgo de los límites que los marcos de interpretación ilustrados o moderados y otros saberes anexos tienen sí actúan solos y omnipotentes, centrales y excluyentes, para pensar que sucede aquí, lo que nos sucede a todos aunque lo veamos expresados en “algunos”. Sean estos algunos los “locos” del 9 de julio o los desesperados criminales de otras zonas más alejadas, como el chico que mató a su abuela para sacarle la jubilación y se sacó una selfie con el dinero que le robó.
SANACIONES, EXORCISMOS Y ANTÍDOTOS
Estas viejas cuestiones y nomenclaturas están presentes en los fenómenos sociales de hoy. Se trata de viejos nombres de situaciones y vivencias actuales. No son meras palabras provenientes de los cuentos y leyendas o de tiempos remotos donde todo era regresivo, difuso e irracional.
Existe, nos urge, el desafío de ampliar nuestras capacidades de pensar, comprender, actuar y amar, y hacer justicia social y belleza colectiva. De sanar a la sociedad lastimada por lo más cruel de la lógica del capital, la ferocidad del mundo y sus múltiples agentes. Esos que saben usar perfectamente la tecnociencia para generar realidades numinosas, análogas o supletorias de lo sagrado. Los que generan subjetividades seriadas, producidas en y por dispositivos simbólicos que administran las conversaciones y las imágenes. Y atención: todos tenemos uno de esos dispositivos en nuestras manos en este preciso momento. En ese resplandor leemos esto: ahora mismo.
Las disposiciones culturales y políticas, colectivas e íntimas que garantizan la conservación del capital y la transformación de todo en mercancía no están allá lejos entre gente supersticiosa y atrasada, ni en las sacristías perversas de los inquisidores, ni se despliega apenas entre los bizarros manifestantes anti cuarentena. Por el contrario, están entre nosotros, al lado de cada uno de nuestros sentidos, zonas erógenas y heridas. Aquí mismo.
Si el tema del mal y del “diablo” -entre comillas o no- no lo pensamos nosotros, el capital lo hará. Lo hace ya. Lo tramita y lo opera según su lógica. La cultura es un terreno fluido para el capital. En gran medida le pertenece. Es hoy su terreno más propio quizás. Los medios masivos lo saben. Las redes sociales lo operacionalizan.
El engaño tiene su propia inteligencia. Para enfrentarlo o compensarlo, sea para atenuar sus daños o para defender la alegría, tenemos que ser capaces de pensar desde otro lado, con coraje y prudencia. Ampliar el paradigma del pensamiento para complejizar las luchas. Y, en esa reflexión, arriesgarnos a cuidar lo colectivo mirando de frente y de cerca lo que lo hiere y lo que lo amenaza. Porque el miedo a ser felices y a luchar por ello es el peor y verdadero mal.
Desplegar nuestras vidas y militancias con prudencia y coraje, cuidar lo colectivo, sostener la amistad social con un pensamiento tan riguroso como valiente.