El nombre griego de la conversión es “metanoia”. No es un cambio de forma, no es una “metamorfosis”, sino más bien algo parecido a una iluminación: una encendedura. Metanoia es un cambio de la psique: pero no es “piscologico”. Psique es “alma”.
Los artistas y especialmente los rock stars suelen tener el alma a full. Y las caídas y el levantarse son parte del rock desde el principio. La música y la cultura articula, el rock mismo, juega con los límites y los desafía.
El abismo es del rock. Pero el levantarse de la caída, es rock “modo Dios”. Juanse cuenta lo que cree y como lo cree. Dice que no cree “en” Dios, sino que le cree “a” Dios. Por eso lo que comparte no tiene el sabor del morbo de lo extremo de la caída, sino de lo extremadamente revitalizador que es pasar por la caída -del caballo, como en la conversión de San Pablo- y poder levantarse sobre los propios pies y ver más allá.
Juanse cita al teólogo Hans Urs Von Balthasar, el mismo que dijo que “la verdad es sinfónica” y que sólo el amor es digno de fe. Nada mejor que la conciencia del límite para encontrar el infinito. A eso, Juanse le pone rock.
#FactorFrancisco – A esta conversa le pusimos de título Rock y conversión. Algo que nos llamó la atención es que en otros reportajes has dicho “yo no creo en Dios, yo le creo a Dios”. La frase pasa medio de largo para los periodistas, pero acá entendemos que no lo decís inocentemente. ¿Qué sentido le das?
JUANSE – Lo que pasa es que este periodismo que vivimos es tan decadente, tan incisivo desde la interrupción, que te hacen una pregunta y enseguida quieren opinar sobre lo que vos estás diciendo. Llama la atención porque entre ellos hay tipos muy profesionales, con trayectoria, y aún así les cuesta escuchar. Y para mi acentuar la diferencia es muy importante, sobretodo cuando hablamos de la conversión. La conversión es un misterio en sí mismo. Es el misterio de la fe, algo que no tiene una contención física. Cuando digo “yo no creo en Dios, yo le creo a Dios” doy por sentado esta situación, aunque desde afuera parezca absolutamente místico o, como dice el Padre Mamerto Menapace, un gas cósmico. Porque nosotros somos parte de otro mundo. Nuestro reino no es de este mundo, y cuando te convertís asumís una responsabilidad con eso. La camiseta de River te la podés sacar un día, ponerte la de Boca y después quizás la de Independiente, pero la conversión no tiene vuelta atrás. Conozco muy pocos convertidos que han dado marcha atrás. Quizás han dado marcha atrás en su sacerdocio porque se sintieron vacíos o porque no pudieron con la enorme responsabilidad que adquirieron. Pero el trasfondo de la fe, de la cuestión concreta, es irreversible.
Después viene ese segundo misterio que es tratar de explicar, rumiando o renovando constantemente, la conversión. Volvemos a este mundo y tenemos que hacer un relato de algo que ocurrió hace muchísimo tiempo, como si San Pablo, viajando desde Atenas hasta Roma, diera una conferencia de prensa en cada destino para explicar el misterio de Jesús. Y de alguna manera lo hizo, ¿no?. Así sucedió en el Areópago frente a los griegos. Cuando les habla de Cristo como la encarnación de ese Dios desconocido que ellos tenían erigido en monumentos lo dejaron hablar, pero apenas menciona la palabra resurrección uno de los sabios levanta la mano y dice “bueno, bueno, bueno, esto mejor los discutimos después”. Era demasiado ya. Pero esto nos da la pauta de que esta gente tan grosa, tan única en la historia (no es casual que lo único que tengamos para traducir el pasado sea el griego, junto con el latín), tuvo la sensibilidad de que aún desconociendo al Dios único que presentaba Pablo, se le diera la oportunidad de expresarse. Eso si, Pablo no estaba en la misma situación en Atenas que cuando se cayó en Damasco del “llobaca”. No era el mismo Pablo, aunque era ya Pablo. Fue atravesando diferentes pruebas.
#FF – ¿Te identificás con el relato de la conversión de Pablo?
J – Yo me identifico con Pablo porque es un incomprendido. Él sólo se condena a sí mismo. Había zafado del juicio que arreglaron para castigarlo. El inspector romano ya había dicho que no había razones y el Sanedrín tampoco le encontró nada, pero él se refugió en la doble ciudadanía, y podia apelar al emperador porque era ciudadano romano. Obviamente, acá el narrador nos está explicando que Pablo quería coronarse con el martirio en Roma, el lugar donde iba a terminar girando toda nuestra fe. Entonces ahí uno empieza a comprender el porqué del relato. Pero esto lo estamos rumiando nosotros que tuvimos nuestra propia experiencia de conversión, o que estará por llegar, no lo sé. Lo importante es que esa conversión es constante, permanente. Todos los días caemos. Las tres caídas de Cristo con la cruz son un signo contundente. Es un mensaje que te está diciendo: “si yo me caí tres veces, mejor comprate un par de rodilleras porque las vas a necesitar”.
#FF – La figura de Pablo tiene esa mezcla de que o bien se baja del caballo, o bien lo tiran. El tipo muy subido a lo suyo recuerda a lo que decís del periodismo, pero más en general de la cultura, que está muy subida al caballo de la opinión, el saber, el argumento racional, siendo hasta vergonzante hablar de lo religioso. ¿Cómo te llevás con esa situación?
J – La Universidad la conozco muy bien desde adentro. Inicié varias carreras; todas en la UBA menos la última, teología, en el Champagnat, de la cual estoy en el quinto año de cursada. Creo que hay una diferencia abismal entre mezclar lo que se llama neoliberalismo religioso, de no participar absolutamente en nada de lo que tenga que ver con lo político, con esta idea contundente de Cristo. Ese neoliberalismo tal vez convalida un aspecto social pero siempre religioso, como el cumplimento de las normas establecidas por los antepasados. De todos modos, no hay que olvidar que cuando Jesús multiplica los panes por segunda vez todos lo llaman para ponerlo en el centro del poder político y él se escapa de la situación. Ese gesto habla de que los hombres del siglo I estaban muy lejos de comprender lo que estaba pasando. Él se juntó con doce tipos: uno lo traicionó y los otros no entendían nada de lo que pasaba. La energía inmanente de Jesús era lo que los sostenía a su lado, pero lo que veían era incomprensible. Y a pesar de su instrucción tan básica, tan rudimentaria, sentían que ahí había algo más. Creo que ese plus es lo que nosotros no podemos sentir. Nosotros estamos realmente bloqueados. Todo está bombardeado por la psicología, la sociología, y hasta te diría que la teología se va hacia un lugar que cae en la nada. Por ejemplo, existe una permanente desmitificación de los hechos abrumando de datos a la persona que recién entra en contacto con la experiencia religiosa y se desvanecen muchos relatos que guardamos en nuestro corazón desde chicos. “No eran reyes magos, eran tres astrónomos”. “Es sólo un signo narrativo, no hubo estrella de Belén en realidad”. Toda esa sucesión de cosas yo las veo empapadas de vanidad. Es una vanidad teológica, que busca darle explicación a algo que no la tiene porque, si la tuviera, no estaríamos acá hablando nosotros. Estaríamos en el lugar donde deseamos estar hace rato. Por supuesto que después viene un equilibrio. Hay que ser sensatos.
#FF – Salvando las distancias, ¿sentís que en Argentina nos pasa lo mismo que a los discípulos con el Papa Francisco y no dimensionamos la magnitud de lo que él representa para nuestra historia y nuestro pueblo?
J – Francisco es el acontecimiento más importante de toda nuestra historia. No hay nada que se pueda comparar con esto. Nada. Aún más importante que acontecimientos como el Cruce de los Andes, que son ecuménicas pero también son expansivas en la reivindicación de una gesta en la fundación del Estado Nacional. Ojo, es importantísimo tener esos valores, recordar a Belgrano, y honrar a todos los personajes que dejaron su salud y sus bienes para luchar por la patria. Porqué la verdad es que dejaron todos sus bienes, toda posibilidad de ser felices. Belgrano podría haber sido un abogado de renombre sentado detrás del escritorio. Podría haber hecho lo que quisiera, y sin embargo termina echando a españoles en el norte del país, abandonado por el poder mismo que lo envió hasta allá y totalmente desamparado. ¿Qué pasa? Volvemos de nuevo a este acontecimiento no por casualidad. Tenemos todas estas ciudades y provincias con nombres que Belgrano adjudicó. Cuando hablo de Belgrano, que nació el mismo día que yo pero en 1770, siempre menciono que al fundar Rosario trae dos imágenes que son fundamentales para nosotros: la Virgen de la Merced y la Virgen del Rosario. Qué importantes serán que una de las ciudades más importantes de Argentina se llama Rosario. Pero ese es el aspecto superficial de la situación. El Papa, como acontecimiento histórico, no tiene mayor análisis.
Venimos hablando de que estamos dentro de una estructura, porque somos una estructura, y desde el pseudo postestructuralismo existencialista te dicen “ya no hay estructuras”. ¿Por qué lo dicen? ¿Cuál es la misión del poder económico hoy? Desmantelar las buenas instituciones. Mientras se conserven las buenas instituciones va a haber límites para desarrollar ese poder económico insensible ante los que no comen, no duermen, no tienen techo ni mesías que los lleve al monte a decirles que el Reino de los Cielos es para ellos. Tenemos un albedrío que está cargado de egoísmo, de vanidad, de competencia, de envidia. Esto lo dice el mismo Francisco. Si vos no te ves en los pobres, si vos no mirás al pobre y conservás su mirada dentro tuyo, si vos miras para el otro lado y seguís caminando, ahí no hay fe. O la fe es sólo una operación de salvataje personal, de expiación de pecados personales.
Pero también están los que te gritan chupacirios o careta, y ese es otro gran factor con el que hay que luchar. ¿Cuál es la misión del mal y de Satanás? Hacernos creer que no existe. Al hacernos creer que no existe y evitar que el mundo tenga la revelación del encuentro, la gente se va detrás de los ídolos, que a lo largo de los milenios fueron adquiriendo formas diferentes. Es el mismo ídolo que supo ser el Faraón, Herodes, o el famoso becerro de oro. No hay una diferencia sustancial entre ellos. Pero lo que pasa es que una vez que entrás y te hacés cargo de esa pasión dramática de Cristo ya no hay vuelta atrás.
#FF – ¿Cómo entendés vos la palabra fe?
J – Me apoyo mucho en una definición de Von Balthasar, un teólogo nacido en suiza. Él dice que la fe es la apuesta individual y colectiva al amor que se vació por todos y cada uno. Y cierra la definición diciendo “creer es sólo amar”. Es sólo amar. No le busqués más vueltas que en sus tiempos, en sus momentos y en sus dinámicas tuvieron algún contenido. Hoy hay tres cosas que son las más importantes: amar al prójimo, creer en la Resurrección de verdad, y amar a nuestros enemigos. Ellos están ahí, esperando en el banco de suplentes a que tengamos una actitud que los redefina como enemigos. El día que logremos amar a nuestros enemigos vamos a resolver también el tema de la pobreza. Esa misericordia o contemplación que tengamos con ellos va a hacer que del diálogo salga la solución que nosotros no podemos dar con nuestros propios medios. Solo podemos resolver temporalmente alguna circunstancia dentro de nuestra capacidad económico, material y afectiva. El resto necesita un plus.
#FF – Hay zonas de la cultura donde se ve mucho esa paradoja de que aquello que parece más emancipador, crítico o rockero, termina siendo funcional a los efectos del capital. Marx decía que ese impulso hace “que todo lo sólido se desvanezca en el aire”. Como ícono de la música y de la cultura popular, ¿que sentís al respecto?
JUANSE – Mirá, tampoco es casual que a Marx se le haya pagado una suma importante para que El Capital sea escrito en Londres. No fue escrito en el Congo Belga mientras le extirpaban el caucho a los africanos. El Capital aparece porque el positivismo no tenía enemigos ideológicos y había que construirlo. Aunque, muy hábilmente, hay que reconocer que detrás de toda esa construcción se esconde una mente brillante. Para mí la palabra de Dios actúa en los que creen. Desde otro lugar no actúa, no hay forma. Y van a creer no en la medida que nosotros les digamos que crean, sino en que sientan la salida de Jesús a su encuentro que permanentemente se manifiesta en nuestras vidas. Por eso, el Evangelio es el poder de Dios para la salvación de todos los que creen. Y digámoslo claramente, no se crean que los que no creen se van a salvar. Nosotros tenemos ese pudor porque al mundo farandulesco o bursátil financiero le da vergüenza hablar de esto. Hay que hablar claramente: no hay salvación para cualquiera. Pero entonces ahí aparece uno que dice: “¿y a mí qué me importa la salvación?” Eso es lo que se está logrando. ¿Qué te importa Dios cuando estás en tu cuarto con un whisky y tres minas? Acaba todo variando de acuerdo a lo que le conviene a un sistema que se potencia como una unidad en el mundo.
Antes eran varias fórmulas que se enfrentaban entre sí para generar un contundente frente hegemónico. Pero digámoslo claramente. El único objetivo de todo esto es destruir la imagen de Jesús, desmantelar la familia, derrotar definitivamente lo que significa Dios para nosotros. Yo veo gente llorando en los recitales, gente desesperada acampando una semana porque vienen los Rolling Stones a la Argentina. Está bien, no los juzgo ni me hago una autocrítica barata. Pero si no va a estar el contenido de lo que realmente significa ese encuentro… ¿para qué sirve?
El otro día veía un documental de la comunidad judía y hablaba un psicólogo, un tipo religioso pero de esos que comen asado los domingos. Y el tipo dijo algo muy piola. Hizo una división entre el ego, el cuerpo, y el alma. Cuando es muy temprano en la mañana, uno está calentito en la cama y afuera hace frío, vos no querés salir de la cama. Entonces tu ego te dice quédate acá que está buenísimo, y el cuerpo también lo dice, porque el cuerpo está cansado, pero también tiene un poco de ganas de levantarse, de salir, porque adentro del cuerpo está el cerebro, las gambas, el corazón, y ellos tienen ganas de moverse (como pasa ahora en Argentina, que estuvieron cincuenta años sin salir a correr a la calle y ahora salen todos juntos). La cosa es que después viene el alma y le dice a los dos: mirá, está bueno que quieras quedarte y está bueno que quieras salir, pero la vida es hermosa, si vos la disfrutas en tu campo de expansión. Ahora, ¿dónde actúa el ego? el ego actúa en el hecho de que quiere quedar bien con todos. El ego nunca se va a permitir faltar a una reunión importante por algo que se te prometió. O si tenés la posibilidad de estar en una mesa con el Papa Francisco a medida que se vacíen las sillas el ego va a querer que te sientes a su lado, como pasaba con los discípulos de Jesús. Inclusive tuvo que interceder la madre de Santiago y de Juan. Ahora, si el alma ordena y hace que nuestro espíritu tenga un grado de aproximación a la verdad, las cosas se hacen más aceptables. Lo que pasa es que siempre volvemos a lo mismo, volvemos a los efectos del capital, a no escuchar al prójimo, a aceptar todo lo que sea combativo sin ningún tipo de reflexión, a salir de contexto, a acusar permanente en la misma dirección, a ponernos en el lugar de jueces. Así se va a complicar.
#FF – Empezamos con Pablo pero hablar del Papa es, en definitiva, hablar de Pedro. Con el 29 de junio la Iglesia hizo algo muy particular: resumió lo que pudo ser una controversia de los tiempos primitivos en una misma celebración. Pensando en nosotros, los argentinos, que somos tan de la polémica (Soda o los Redondos, los Beatles o los Rollings), ¿qué te parece esa lógica de la unidad por sobre los conflictos que siempre señala el Papa?
J – La respuesta es simple: amar a nuestros enemigos. No hay otra salida para eso. Tuve la suerte de que Francisco me enviara Laudato Si apenas la escribió. Cuando habla de cuidar nuestra casa común llama a ser formadores de puentes. La palabra pontífice viene de ahí, ¿no? El Papa es un puente entre los hombres y Dios. Y Dios existe. Ahí está el problema. Dios existe y es un problema, no es una solución. Nosotros somos personas que vivimos de salir al exterior, de tocar, de ver a muchas personas, de ir a misa los domingos, en mi caso a Lanús y Avellaneda. Vivimos en comunidad, con necesidad de contacto. Y vos ves que todo está construido para generar un choque de emociones. No el mismo choque que tuvieron Pedro y Pablo en su momento. El choque de ellos era un choque de amor, y de amor a la unidad. Yo creo que en definitiva pudo haber sido parecido a lo que pasó entre Bolívar y San Martín. “Vos tenés que ir para allá y yo para acá, porque sino no resolvemos más esto”. Pero nadie sabe lo que conversaron Bolívar y San Martín, y nunca vamos a saber lo que pasó en esa charla entre Pedro y Pablo. Ni siquiera deben haber hablado. Se deben haber transmitido mentalmente las cosas. Son verdaderos apóstoles. Han recibido una instrucción de luz, de esa luz del Génesis y del Evangelio de San Juan, que es la luz de la claridad total de la idea, del pensamiento y del sentimiento. No hace falta ni conversar ahí.
En un un arrebato de frase farandulesca, diría que Pablo es mi favorito porque no se comía ninguna. El tipo iba para adelante teniendo detrás toda esa caterva de fariseos que volvían a la comunidad bastante “pesuti”. Por los datos históricos sabemos bien que los fariseos eran una secta más entre todas las que participaban en la vida cotidiana, pero que era también el sector que manejaba el poder y la mediación entre el Imperio y la población común. Tenían mucho poder, y tenían mucha guita además. Entonces, estamos muy parecidos ahora, lo que pasa es que Jesús nos mira hoy desde otro lugar. Yo creo que observa cómo respondemos los que decimos que somos cristianos. Y nunca digo que soy cristiano. Digo que voy camino a serlo, porque ser cristiano es muy difícil.
#FF – Hace poco estuviste en Palestina. Ahí hay algo que pega fuerte, es como una carnadura de toda esa experiencia. ¿Cómo lo viviste?
J – Ojalá hubiera un barco que pudiera llevar a 44 millones de pasajeros a Palestina, porque ahí te convertís. Ahí caés solo, te das cuenta de que no es que pasó algo banal e inventaron el cuentito. Es muy fuerte. Tuve la bendición de conocer a un muchacho árabe que era el encargado de abrir y cerrar el Getsemaní y que además era taxista. Entonces hicimos como un acuerdo bien argentino y me llevó a todos los lugares posta. En un momento eran las doce del mediodía e íbamos por el desierto en el Mar Muerto y yo hablando y mirando alrededor pensaba “¿qué estoy haciendo acá, sólo con este muchacho árabe, que dice que me lleva al al Jordán pero yo no tengo idea de dónde estoy?”. Yo le decía Charly, porque el nombre árabe era impronunciable para mí, y el pibe había nacido a media cuadra de Getsemaní. O sea, vivía a la vuelta del Huerto de los Olivos. Y cuando entré ahí fue impresionante. Todo el viaje fue una experiencia hermosa, alucinante e increíble. Era estar donde la tradición relata que pasaron todos los sucesos que uno lleva adentro del corazón y que lee y relee todo el tiempo.
Esa es otra cosa que no puede ser que la gente no se de cuenta. El Evangelio tiene algo que hace que no lo puedas dejar de releer, todo el tiempo, y aunque lo hayas leído veinte veces siempre volvés al texto para recordarlo perfectamente. En eso hay un aspecto narrativo, que sobre todo se da en el Antiguo Testamento a lo largo de los momentos yavistas, eloistas, deutoronomistas, donde las narrativas están construidas para que nosotros comprendamos lo esencial de su mensaje, siempre sabiendo interpretar lo que se estaba viviendo en el momento del relato. El Arca de Noé no lo vamos a encontrar nunca porque no hubo tal diluvio. El diluvio era el ahogo que sentía el pueblo judío por la cultura asiria y babilónica. Esa es el Arca, que aunque tenga medidas y digan que era alta, nadie va a pensar que fueron a meter dos caballos, dos toros, dos jirafas, dentro de un barco que estuvo flotando cinco meses.
#FF – Pero ahí en Palestina vivís el contraste, ¿no? Que Arca de Noé no hubo, Abraham no los sabemos, pero que Jesús sí que hubo.
J – Si, y yo creo que está todo digitado por Dios. Como dice San Juan Crisóstomo, las escrituras son una carta que escribió Dios a los hombres. Cuando nosotros leemos Jeremías capítulo 31, versículo 31, se habla claramente de la Nueva Alianza. Casi 500 años antes de que llegue el Jesús histórico ya se hablaba de él. Es una particularidad que muestra la amalgama de la narrativa con la historicidad. El Concilio Vaticano II ya lo determinó. ¿Pero a mí que me importa que fuese una narrativa? Fue la fe lo que hizo que yo pueda acceder a esto que, obviamente, tiene sus altos y sus bajos, sus graves y agudos.
#FF – El rock también tiene algo de narrativa. Charly García es un personaje que siempre está en nuestras gráficas de Factor Francisco. En el último disco hay una canción que se llama La máquina de ser feliz, donde dice que la llave para la máquina “la tiene el Papa, la tengo yo”. ¿Por qué se te ocurre que pudo haber dicho eso?
J – Habíamos hablado del ego, del cuerpo y el alma ¿no? El artista de estas características, como personalidad que crece en el mundo y trasciende estas circunstancias, va a querer ocupar inevitablemente el lugar vacío que está dentro nuestro cuando no nos resignamos. No se olviden de San Juan Bautista, un hombre pudiendo empoderarse él mismo en lo histórico fue el primero en anunciar que su figura se marchitaba porque el Cordero ya caminaba por Galilea. Y esa misma idea podés hacerla desde una ficción. Cuando en el año 2000 yo canto que Maradona es nuestra religión, si bien todavía no me había pasado lo que me pasó poco tiempo después, hacía una interpretación de una descripción, una narrativa, una manera de decir que para mucha gente este tipo es una religión. Pero no estaba diciendo que Diego es mí religión. Es probable que la frase de Charly se trate más de una expresión artística, lírica, de compensación, que un acto de soberbia.
#FF – En el mundo de la creación cultural, pero más en el palo del rock que es de donde venís, ¿cómo ves esta tema de la trascendencia y la conexión con el alma que tenés tan presente? ¿Y cómo lo vivís después de haber dado un paso que no todos dieron?
J – Lo que pasa es que el rock and roll, que es mi estilo, no es lo mismo que el rock. Hay una diferencia muy grande. El rock and roll tiene más de setenta años de vida y muchos personajes de su origen estaban muy vinculados a la fe. No hay que olvidar que se genera en el Mississippi, al sur de los Estados Unidos, y los negros del Mississippi, los campesinos, y hasta diría que la gente de poder adquisitivo, eran personas super católicas. En eso no había diferencias sociales. Después el rock and roll se fue transformando y partir de los setenta, cuando aparentemente se libera toda la cultura, surgen esos estereotipos del rock que fueron imponiéndose en la moda. Hoy nos dimos cuenta de que todo eso está vacío. ¿Quién se va a poner en el 2020 un pantalón Oxford como el de la Pantera Rosa? No hablo de la estética en sí del rock, sino de que todo tiene su tiempo. El rock trascendió, pero pasó. Dios no pasa. Dios permanece. Si no nos damos cuenta es porque algo nos está fallando o porque todavía no llegó nuestro Pentecostés, que es el soplo que nos facilita comprender lo que ocurre. No te creas que a Pablo o los apóstoles les fue fácil comprender. Ellos tuvieron que esperar a que los soplen. Esa realidad histórica está mezclada con todo lo que nos acontece en lo superficial, porque no dejamos de querer nuestra marca de yerba, o la marca de Gin o de Vodka que nos gusta. Despojarse es un punto de llegada. Como dijo Francisco apenas asumió y le preguntan porque no sigue el protocolo: “no me interesa”.
Francisco llegó al Cónclave en un taxi, como todos los demás y dijo. “¡Mirá si después me voy a ir sólo en un Mercedes!”. Recuerdo una entrevista donde al poco tiempo de asumir señaló la sala de Santa Marta, que tiene un imagen gigante y hermosa de Guadalupe, y dijo algo como: “estoy acá porque necesito estar rodeado de gente, sentirme bien. El lujo no me molesta ni me atrae, pero acá estoy más cómodo”. Y después le preguntan qué de todo lo que tuvo dejar de hacer para ser Papa es lo que más extraña. Y el tipo habla de que siempre fue muy callejero. ¡Vivía en Buenos Aires, imaginate! Salía de casa al subte, del subte al episcopado y de ahí a la UCA o a El Salvador. Al tipo le encantaba eso, era su vida, su estructura. Contaba que si pudiera hacer algo de lo que ahora no puede, es ir a comer una pizza a la esquina. Eso es lo que todos necesitamos, porque es lo que nos va haciendo cada vez más accesibles. Pero tampoco dejemos por eso, pienso yo, el hecho concreto de la fe. Ahora que vivimos esta situación tan compleja, no nos olvidemos que, crean o no crean en Dios, cuando se viene la internación y te llevan al sanatorio se te llena el respaldo de la cama de estampitas. Antes decías que no, ahora decís “Señor, por favor ayudame”. Eso no lo olviden.