La solidaridad es un valor tan potente en su contenido como ambiguo en las recuperaciones que el discurso cotidiano hace sobre ella. Por un lado, es lo mejor de la «ley primera» que mantiene unidos a los hermanos. Por otro, cada vez que el pueblo o «la gente» se moviliza solidariamente, tiende a ser usada para argumentar en contra del Estado y la política. Pero lo cierto es esto, y Juan Carr lo dice con todas las letras: la misma Argentina dividida que parece muchas veces sin salida para sus viejas broncas, es también una sociedad desbordada de solidaridad. Carr es un emblema de eso: hombre de acción y pragmatismo, de intuiciones fuertes y de muchos mundos sociales. Dos cosas centrales en lo que nos dijo: por un lado, que necesitamos una narrativa que hable de nosotros mismos poniendo en forma nuestra imagen con toda esa solidaridad que fluye. Por otro lado, un «no sé» para las grandes controversias que impiden muchas veces que la solidaridad se plasme en modelos y formas políticas mas duraderas, capaces de anudar los pedazos rotos de la patria. Optimista incurable, dialoga con la esperanza que propone Francisco y con lo que la pandemia desnuda y muestra: dolores varios y gestos solidarios en modo «poliedro»: de todos los colores y formas.
#FF – Tu recorrido como figura pública y querida de Argentina se relacionó muchas veces con los momentos de crisis, y siempre estuvo asociada a la solidaridad. Estando nuevamente en una situación delicada, ¿cómo ves la evolución de la solidaridad en Argentina?
Juan Carr – No puedo negar que como ciudadano del país que amo, y mas colectivamente como voluntarios de la Red Solidaria, estamos abrumados de solidaridad. La cantidad de chicos, grandes o medianos que nos llaman por todas partes para hacer algo por los demás es tremenda. Se baten records de donantes de sangre, de donantes de plasma de pacientes que tuvieron COVID-19, de gente que se inscribe para ser donante de órganos vía online en el INCUCAI, de ollas y ollas populares y solidarias, de montones de grupos en todos lados, barrios, pueblos y ciudades, que atienden a personas de riesgo para ayudarlas a cuidarse de la enfermedad. Para los que apoyamos el crecimiento de una cultura solidaria (y ojo, que no es nada nuevo en la historia de la humanidad; es estar para el otro, el prójimo, el semejante, la comunidad) este es un momento cumbre. Yo nací en la década del sesenta, pero desperté socialmente en los ochenta, con mi generación. Desde el 83 para acá empezó a crecer la solidaridad como cultura, y desde el 2001 hasta ahora llegamos a un momento cumbre, abrumados de una historia tras otra donde todo el mundo está pensando qué hacer por el otro. Por supuesto que el momento es durísimo, oscuro, complejo, pero en el sentido de la solidaridad es increíble.
#FF – Hablás de la solidaridad como un fenómeno cultural, o social, antes que personal, que es como suele presentarse. ¿Cómo sería una historiografía de la solidaridad argentina?
JC – Para hacerme el académico, podemos decir que esta solidaridad argentina nace de dos fuentes. Por un lado, se origina cuando vinieron los italianos, los españoles, los extranjeros, y fundaron sociedades como, por ejemplo, la Sociedad Alemana de Gimnasia, el Hospital Alemán, el Hospital Israelita, la Sociedad de Socorros Mutuos. Tenemos la inmigración: los que venían acá y trataban de ayudarse. Y por otro lado tenemos a los mapuches, los pilagás, los wichis, los mocovíes y todos los originarios que vivían en comunidad. Esas dos ramas nos dan este homo solidarius que hoy está en la cumbre de su evolución.
#FF: ¿Como lo ves ahora en la pandemia?
Yo trato de evitar abrir el teléfono no porque me pese la demanda de ayuda, sino porque me da pudor no poder responderle a toda la gente que quiere hacer algo por lo demás. La actitud cívica de los argentinos es admirable. La mayoría de nuestro pueblo hizo lo que tenía que hacer en cada etapa de la pandemia. Cada ciudad cumplió lo que tenía cumplir cívicamente, demostrando una actitud muy madura. De hecho, nos hicieron un montón de comparaciones, críticas y demás, pero aunque cada muerte sea una catástrofe, la Argentina está dando una batalla cívica, como nación y como pueblo, que es conmovedora. Por ejemplo, le teníamos mucho miedo a lo que podía pasar con los humildes, al hambre, al desborde. Y las millones y millones de personas en situación de pobreza tienen paciencia y esperan estoicamente, en paz. Se sienten vulnerables y aceptan lo que tienen que hacer. Para mí la Argentina, pese a esta tragedia y este dolor, está en un momento cumbre de lo humano.
#FF – ¿Qué impresiones tenés de la cultura solidaria a nivel global e internacional?
JC – Nací en los sesenta y sólo quince años antes había terminado la Segunda Guerra Mundial. Se mataron 60 millones de personas, pero después de eso el mundo hizo el primer gran acuerdo en la historia como mundo. Se fundaron la ONU para la gobernanza global, UNICEF para el hambre, UNESCO para la educación. Después de la tragedia, el mundo decidió acordar. Creo que está por venirse el acuerdo de este tiempo. Es un momento de posibilidades increíbles donde el mundo comparte solidaridad, conocimiento, datos y lo hace con la idea de una justicia global, de proteger a los más débiles, los mayores de edad, los necesitados, en la cuestión santaria. Esta mirada que no es naif (porque si quieren les doy una lista de todas las tragedias que hay), pero que hay que rescatarla. Y es hora de preguntarnos: ¿alguien rescatará este capítulo de la historia argentina lleno de humanismo? Esto es lo que nos empieza a preocupar. Ocurren historias e historias de solidaridad y amor, y por ahí después se pelean esos otros dos y las noticias van por ese lado. Nosotros pensamos que alguien tiene que empezar a escribir este compendio de las Obras Completas de la solidaridad argentina ante la pandemia.
#FF – Pareciera que los gestos de solidaridad son mostrados a la opinión pública, muchas veces, como epopeyas excepcionales, pero desde donde vos lo vivís se ve como algo generalizado. Si tuvieras que hacer un mapa de esa solidaridad, ¿Cuántos tipos o clases de solidaridad hay en Argentina? ¿Cómo se distribuyen las sensibilidades?
JC – En una sociedad como la argentina tenés un montón de méritos, y yo recojo y aplaudo cada uno de ellos. Cuando a un directivo de una multinacional le ordenan despedir a diez personas en el país y el tipo, que se sabe salvado, pelea estoicamente por esos puestos de trabajo, tiene sentido de la solidaridad y la justicia. El hombre no será un clásico voluntario que está en un barrio atajando penales, pero tiene un mérito. También tiene mérito la militancia en general, de todos los partidos políticos, en casi todos los colores. Y tiene mérito la dirigencia, porque todavía siguen encontrándose un gobernador, un jefe de gobierno, y un Presidente, cuando todos sabemos que donde hay fractura es muy difícil desarrollar una cultura solidaria. También tienen mérito los cientos y cientos de funcionarios cumpliendo con su trabajo, muchos no durmiendo en su casa porque tienen miedo de contagiar, y dejando la vida. ¿Y qué no se ha dicho ya de los enfermeros, enfermeras y médicos? ¿O por qué no mencionar también al campo, con todo lo que se le puede criticar, pero que sin embargo cuarenta millones de personas comen todos los días por que alguien afuera está cosechando y ordeñando? ¿O a los señores que pasan a recolectar la basura todos los días? Cada uno está haciendo lo suyo con un plus de entrega del que soy testigo, lo veo y lo siento.
Esta mega crisis hace que un montón de gente dé el primer paso. Aquél tipo, a quien no le importaba nada, se le ocurrió por esta vez entrar al CBU de un comedor y hacer un aporte. A aquél otro, que tampoco le importaba nada, miró por la ventana y vio que una familia tenía frío, así que llamó al 108. Seguramente ni uno ni otro vayan a ser la Madre Teresa en tres días, pero hay mucho de ese primer paso que puede ir hacia eso.
#FF – ¿Notás una conciencia que tiempo atrás se desconocía?
JC – Creo que en los 60 y 70 algunos se dedicaban a los más postergados, o miraban el universo de los débiles, pero a una parte de la sociedad no le interesaba preocuparse. Bueno, con eso hay un avance tremendo en la Argentina, una madurez increíble que en todos los colores de la política y del pensamiento hace que si alguien se queda sin trabajo casi todos veamos una injusticia, o que si alguien queda en la calle, incluso para los sectores más conservadores, no se lo puede aceptar. En nuestro país ha crecido, desde el 83 para acá y sobre todo desde el 2000, una conciencia de la condición humana, y eso sí lo considero un triunfo de la Argentina. La palabra hambre está en lugares de la comunicación en los que nunca aparecía. Eso quiere decir que a todo el mundo le parece bien y prestigia la atención a los más débiles.
Hay una fragancia, un olor a flores encantador, por el que después de muchas generaciones podemos decir que la solidaridad está hoy más lejos de la limosna. Cada vez el otro es más un otro, el otro que nos mira a los ojos, el otro con el que compartimos, el otro en una situación horizontal. Si nosotros le damos alimento a un comedor, o mochilas a los pibes para que vayan a la escuela, nos nominarán a otro premio por ser solidarios, pero en realidad esa comida y esa mochila tienen que estar por justicia, no por solidaridad. Cada vez se entiende mejor que la solidaridad es horizontal, es pasajera, y sólo un momento necesario hasta que llegue la justicia, que suele llegar a través de las políticas. Esa conciencia sigue creciendo y se va consolidando.
#FF – Muy tempranamente en su papado Francisco señala, marcando la cancha, que “la Iglesia no es una ONG”. Tiró un mensaje fuerte, y algo similar ocurrió cuando dijo que ser pueblo es un estado superior a ser ciudadanos. ¿Qué te sugieren esos planteos para pensar lo que decís de la sucesión entre la solidaridad y la justicia?
JC – En mi generación cada palabra tiene su significado. Yo fui formado por la generación de curas de Francisco. Esa gestualidad que lo caracteriza es la que a mí me formó, cuando era scout y cuando tenía vida parroquial, por eso vivo con mucha naturalidad lo que hace y lo que dice. Además, fui formado por una Iglesia que se caracteriza por la caridad en el sentido más noble, que es el de la compasión. Pero quisiera mantener cierta delicadeza y ternura con los procesos de cada persona. Ustedes son muy jóvenes; yo tengo menos tiempo y no quiero irme al infierno por la lengua. Esos escalones: habitante, ciudadano, pueblo… son los tiempos de cada uno.
Es una prudencia que mantengo incluso para contar las maravillosas anécdotas que vivimos en estos meses. Por ejemplo, un tucumano sin un centavo de más que tuvo COVID y se le murió la mamá y la tía, quería venir acá caminando hasta Buenos Aires para donarle plasma a uno que tenía su mismo grupo sanguíneo. Entonces yo lo publico y escribo: “qué lindo que es mi pueblo, mi nación, mi gente”. Digo eso porque hay muchos que se identifican con mi pueblo, y a otros les cae muy mal; otros se identifican con nación, y eso no les gusta a esos otros. Lo mismo pasa con gente, y ni hablar con patria, que ya no la uso porque es la palabra que hace más ruido. Por eso soy muy paciente con el proceso de cada uno. Creo que para llegar a ser comunidad argentina o comunidad global nos faltan todavía una o dos generaciones. Pero vamos camino a eso. Después de la Segunda Guerra la humanidad empezó a globalizar no sólo la economía, sino también el sentido este que decís de pueblo global. El valor que tiene la palabra patria, nación, pueblo, gente, a cada uno le hace un ruido distinto.
Yo fui formado por esa Iglesia que busca la participación, el otro, el nosotros, el involucrarse, el comprometerse. En eso estamos y hasta ser un Pueblo, con mayúscula o con minúscula, seguiremos. No puedo negar que hay un sector medio en el que nací que tiene un enojo histórico con la política como tal, y a veces con tremenda razón. No siempre es el egoísmo lo que hace que no participen, sino que encuentran enseguida la excusa porque la política se las da. Para esa clase media que le cuesta involucrarse y siempre está por escapar, siempre aparece un dirigente que da la excusa para decir “¡viste!”. La dirigencia argentina, a la que pertenezco, la tenemos que hacer en función de ser pueblo, de ser nación, de ser comunidad.
Hay una pelea de fondo (que los analistas datan que se originó entre saavedristas y morenistas, y de ahí hasta el presente) que respeto. Pero este es un momento del mundo donde se acepta el capitalismo en la medida que no sea catastrófico en su manifestación. Creo que hay lugares de tensión en los poderes del mundo y por eso la fragmentación la proponen todo el tiempo. Ser pueblo, ser nación, ser comunidad, es un laburo largo y generar confianza es la clave. Pero algunos dinamitan puentes todo el tiempo y generan desconfianza. Esa es mi visión de los acontecimientos.
Ahora bien, ¿qué me pasa a mí? Me pasa que si un chico se pierde la Argentina se pone de acuerdo para buscarlo. Si Mara, que tiene tres años, todavía está esperando un trasplante en emergencia nacional, la Argentina se pone de acuerdo y todos van a anotarse en la lista de donantes. Si hay una inundación en el barrio, todos vienen a donar lo que se necesita. Si alguien está en la calle y tiene frío, todos vienen ayudar. Nosotros encontramos una extraña e inesperada herramienta que es la cultura solidaria. Es en la solidaridad donde pareciera que somos más pueblo que nunca. Si decimos “Mara necesita un trasplante”, todo el mundo repite en las redes “Mara necesita un trasplante”. Ahora, si aparece uno que pregunta si no habría que rever las políticas de trasplantes, ahí se fragmenta todo. Ni bien salimos un poco para reflexionar y le damos un tinte más político, se arma bondi. Entonces nosotros, refugiados todo el tiempo, siempre con una historia dura, oscura, al lado nuestro, esa historia nos ampara. Nos garantiza la agresión mínima, porque hay una historia de dolor, y también nos pasa que la Argentina ahí se une como nunca.
En la comunicación no se está viendo la tremenda solidaridad que hay en cada rincón. Lo que falta es alguien con un Google solidario que desde arriba muestre ese mapa. Se baten récords de participación en todos los rincones y de lo que se les ocurra. Hay historias increíbles, como la señora de 101 años que sigue tejiendo frazadas, o del tipo que con ochenta años se queda toda la noche protestando en el hospital porque no le dejan donar sangre. Es conmovedor. Eso está pasando en Argentina, porque hay una suerte de unidad en la solidaridad, porque la solidaridad es donde más nos juntamos y nos unimos.
#FF – ¿Qué es lo que más te impacta de este Papa?
JC – Le tengo una admiración increíble, así que no puedo ser muy objetivo cuando hablo de él. En definitiva, me alegra que uno de la mayoría de los que estamos acá, con los mismos sueños que nosotros, haya llegado a la cumbre del mundo. Eso es fantástico. Puede ser que en el comedor, en el barrio, en la parroquia, haya gente que tenga nuestros sueños, pero que los tenga uno que es de los principales líderes del mundo es fabuloso. Después el argentino reacciona como siempre. Mis amigos lo aman mucho, y mis otros amigos que también son mis amigos no, como era de esperarse. Al principio, cuando todos viajaban a Roma para darle el abrazo, los que viajaban primero fueron los que más me llamaban la atención. Ya sabía que no podía durar mucho ese amor de mis amigos. Y bueno, fue así.
Toda mi formación está relacionada a lo que él piensa, cree, siente, y así y todo no tengo un análisis desapasionado. Es como si entrara Charly García al escenario. Grito como un loco, y si cerró mal la última nota de “Rasguña las piedras”, la verdad que no lo sé, no lo entiendo, me desborda.
Nosotros, los que estamos en el barrio, en nuestras casas, que tenemos universos muy chiquititos, creíamos casi imposible que la mayoría de nuestros sueños estén en la cumbre del mundo. Merkel debe pensar algunas cosas como nosotros, Trump algunas cosas como nosotros, Macron, Putin, y así en todos esos lugares que uno identifica como el poder global. Pero en muchas cosas no se parecen, los sueños no son globales. Y que haya uno que juega en primera, no uno, sino muchos campeonatos, y cree y sueña como nosotros, es algo insólito. De ahí a que mueva un poco el eje del mundo es otra historia. Pero todo empieza porque metamos un soñador. Cuando me dicen “Juan tengo un proyecto” y me lo cuentan, yo digo que antes que nada necesitamos uno o dos soñadores y después armar un equipo. Con eso armás cualquier cosa. Con el equipo levantás el teléfono y llamás a los técnicos, que te hacen cualquier cosa, pero primero poné los soñadores. Y ahora clavamos un soñador en la cumbre. Cómo se sigue, no lo sé, pero juega en primera.
#FF – ¿Tuviste trato con Bergoglio como Papa?
JC – Tengo dos anécdotas frívolas con el Papa. Una es una pavada total. Cuando renunció Benedicto XV, esa misma noche, cayó un rayo en el vaticano y pegó en la cúspide de San Pedro. Magdalena Rudiñazú que es amiga mía me llama y dice “Juan, vos que sos católico, ¿por qué no hablamos del rayo que cayó en el Vaticano?”. Se ve que no habría noticias ese día, y había que rellenar espacio. Y yo, descolocado, le digo: “bueno, qué se yo, capaz el rayo significa algo bueno”. A los pocos días eligen a Bergoglio Papa y me llamó Magdalena, y tuve que aclararle que yo no soy ningún profeta.
Y la otra anécdota pasó un día que caí en paracaídas a presentar un libro que habla del Papa. Caigo en paracaídas, haciéndole un favor a un amigo, pero a los tres o cuatro días ya me había olvidado de lo que había dicho, sinceramente. La cosa es que bastante seguido me junto con gente que detenta el poder (el poder bien entendido), y estaba en una reunión de esas, así, bien heavy. En un momento suena el teléfono y atiendo. “¿Hola, Juan Carr?”. “Sí, ¿quién habla?” “Jorge”. “¿Qué Jorge?”. “Bergoglio”. “¡Monseñor!”, le digo yo. Todo esto en una reunión de alta tensión del poder. “Te quiero agradecer lo que dijiste el otro día de mí” me dice el Papa. Por supuesto, yo no me acordaba lo que había dicho de él, pero después averigüé y la frase quedo cool. Lo que dije fue que me admiraba de conocer una persona que tal vez el día de mañana fuera santo. Queda fuerte la frase, y él me llamó para eso y me agradeció como tres veces. Entonces aproveché y antes de cortar le dije que antes de irme al cielo quisiera terminar con el hambre en Argentina, o en América Latina, o en el mundo. Entonces le pregunto “¿vos me acompañás?”. Él me dice “yo estoy”.
Esa fue la última conversación. Tremenda la humildad del tipo en llamarme. Lo que me doy cuenta con los gestos que hace, es que son muy de la Iglesia que a mí me formó. Esa Iglesia de los setenta es la de la gestualidad, la del prójimo. Desde Juan XXIII, que estaba cuando nací, banco a todos los papas. Ahí me sale el ejército. La familia es la familia, para adentro tengo mucho que discutir, pero banco. Y de casi todos celebré muchas cosas. Este Papa me parece impresionante. Estoy fascinado, por eso no puedo opinar con serenidad.
#FF – A veces decimos que anécdotas con el Papa hay demasiadas, pero que lo que falta un poco es esto mismo, ponerle carnadura a las discusiones concretas. Pensando en la post-pandemia, ¿cómo se encara un gran desafío como el hambre en la Argentina?
JC – Cada palabra acá cotiza millones de dólares en las redes, así que voy a ser un canciller. Lo que logramos con mi generación es que el tema del hambre sea una discusión. Se sacarán los ojos, pero se lo discute, está presente todo el tiempo. Cuando nací había más personas que comida en el mundo, pero como Dios existe y la comunidad global tiene hoy un sentido más humanitario de la vida, estamos en un momento fabuloso donde hay más comida que personas. O sea que a los soñadores la realidad nos dio la razón. En los sesenta y los setenta creíamos que se podía terminar con el hambre, pero en ese momento faltaba comida en el mundo. Ahora no. Ahora, hay más comida que personas. Lo único que faltaría es distribuirla.
Para esto basta ver las estadísticas. Según la Sociedad Rural, hace dos años generamos alimento para 440 millones, y somos 40 millones. Significa que acá la comida ya está. Ahora, ¿quién logra ese acuerdo soñado para distribuir la comida en que nadie se agreda o se ataque? No lo sé, ni lo imagino. En mi mesa soñada siempre están las universidades públicas y privadas, gobierno y oposición, la Iglesia, la Sociedad Rural, la UIA, las grandes corporaciones, y no mucho más. Es por ahí.
La comida está. No hablamos de pobreza, que es otro tema y tristemente vamos a tener que redoblar la batalla en lo inmediato. Pero el hambre se puede solucionar. ¿Quién organiza la distribución? Confieso humildemente que no sé quién podría lograrlo. Sin acuerdo no hay manera. Hay lugares sórdidos, totalmente complejos, algunos hasta agresivos, donde hace falta un gran acuerdo para transitarlos. Y que no solo la comida llegue un día para que hagamos la foto, sino que se sostengan en el tiempo.
Perdonen a este idealista, pero la gran novedad es que ahora hay comida para todos y eso es fabuloso.
#FF – ¿Es que sos muy optimista o es que no tenemos recursos solidarios para atravesar el conflicto?
JC – Con enorme sinceridad, creo que la respuesta es: no sé. Lo que no tengo claro es cómo se desarticula el conflicto de fondo que altera el orden social. Eso es algo que no termino de entender. Al esquema de poder y a los que tienen capacidad de influir en la Argentina los conozco muy bien. Pero no sé qué pasa de fondo, porque pareciera algo simple un acuerdo por el hambre y la pobreza, pareciera que no molesta a nadie. Creo que tiene más que ver con nuestros individualismos y nuestros egos que con un problema político, a esta altura.
Si vos me decís que tenemos que aumentar el número de trasplantes en Argentina, o el número de plasma en Argentina, o tenemos que asegurar y garantizar a ciento cincuenta comedores una determinada cantidad de nutrientes por mes, siento que puedo hacerlo y que sé hacerlo. Pero cómo destrabar el conflicto histórico y de fondo de la Argentina, de la división que afecta al mundo social, no lo tengo claro. Y a veces me pasa que todos me quieren, me dicen “capo”, “genio”, “divino”, pero no me dan bola. Cuando no hay red, lo contrario de la red no es la no-red, es el egoísmo. Lo contrario del amor no es el odio, es el egoísmo.
#FF – Mirando las dificultades del ágora pública para generar acuerdos (con tantos discursos de odio), tu gran optimismo parece algo necesario, y Francisco también lo plantea haciendo una distinción entre optimsimo, ilusión y esperanza. ¿Pero qué se puede hacer para desactivar esas dificultades para generar acuerdos y tender puentes sobre los temas de fondo?
JC – Allá por el 2001, en plena crisis, decía lo siguiente: que sólo dos de todos los que te nombre estén de acuerdo conmigo, y con ellos caminar. Pero no es más que eso, el esquema en Argentina es así. Hubo algunos triunfos culturales. Por ejemplo, que el Diario La Nación, al cual admiro y quiero, empiece a hablar del hambre y la pobreza en los noventa cuando nunca se hablaba de eso, muestra un cambio cultural. Era más lógico que Clarín y Página 12 hablaran de lo social. Pero cuando vos metés un tema en los lugares donde están los dirigentes, se empieza a manejar esta mirada en los grupos de poder (bien entendido, no peyorativamente). Otro ejemplo: hay 440 personas que están perdidas en los últimos veinte años que todavía estamos buscando. Bueno, el tema de la foto lo instalamos en el espacio público y ahora es sentido común. Lo mismo con el autismo, que nos vinieron a ver las mamás y los papás por primera vez hace veinte años , y ahora el color azul del autismo está. Y siempre empezando por este universo que les decía. La Argentina es muy chica.
A veces hay que estar en la alfombra roja un rato, porque ahí están los que brindan con champagne e influyen desde el poder. Pero otras veces hay que estar en el barro, y muy embarrado. Si me quedo mucho tiempo en el barro me puedo cargar de resentimiento, y a eso, al menos yo, le temo. Y si me quedo en la alfombra roja me puedo cargar de indiferencia, y a la indiferencia también le temo. Estos dos elementos, el resentimiento y la indiferencia, son los dos peores monstruos contra cualquier red humana que pueda haber. Eso lo vamos ejercitando: saber dónde podés estar y donde no.
#FF – Escuchándote se evidencia mucho esa fuerza de solidaridad que, como muchas otras es subterránea casi por definición. Pero también parecen evidenciarse sus límites, como si no se pudiera traducir la solidaridad en debates, políticas, o ciertos tópicos como el rol del Estado y la distribución de la riqueza. ¿Qué pasa con la gente solidaria y el sentido político o el sentido de la trascendencia?
JC – Con esta pregunta vamos a hablar de pueblo, ¿no? Creo que hay una prédica negativa sobre la argentinidad, sobre el pueblo argentino, que a veces me harta. Te dicen: “la Red Solidaria es apolítica”. No, mentira, es re política. Estamos llenos de peronistas, radicales, izquierdistas, Pro, y algunos otros que no creen en nada. Nuestra riqueza es que estén todos. Es cierto que hay un peligro de identidad, y es que la solidaridad se vuelva antipolítica. Ese es un peligro que está ahí, todo el tiempo, y hay que ser cuidadosos. “La Red Solidaria no es religiosa”, también te dicen. Y no, somos laicos, estamos llenos de judíos, evangelsitas y católicos. Entonces, toda esta identidad judía, radical, peronista o Pro enriquece la Red Solidaria.
Pero como decía, la ausencia de identidad es una catástrofe. Pareciera que en la pureza de la solidaridad, donde caminas un metro sobre el piso y no tocás las baldosas, la palabra política otorga todo lo malo y lo feo. Eso sí es tremendo y cada tanto lo experimentas. Entonces, ¡qué apolíticos ni apolíticos! Acá tenemos a todos, nuestro orgullo es tener a todos.
Si escribimos las “Obras Completas de la solidaridad en la pandemia”, este tal vez sea el capítulo uno. Me escribe un señor (muy humilde en su escritura) a mi Instagram, diciendo: “Hola Juan Carr, yo soy del barrio Villa Azul, el que está rodeado de gendarmes y de ejército, y ahora estoy internado en un sanatorio porque tengo coronavirus. Tengo tos, fiebre, me siento muy mal. ¿Pero sabés qué pasa? Hace tres noches que me acerco a la ventana y veo que afuera hay un señor mayor y un muchacho que se están muriendo de frío”. A ver, estamos hablando de que un tipo de Villa Azul, con coronavirus, con riesgo de morir, con una pobreza extrema, con una ignorancia de la letra “s” para hablar y para escribirla, me escribe a Instragram porque levanta la mirada y ve a otros dos que tienen frío a la noche. ¡Ese es nuestro pueblo! ¡Esa es nuestra gente! ¡Es tremendo! Todavía hablo con él y de hecho está enojado conmigo porque no lo llevo a donar plasma. Ahí sí que ser pobre te deja en otro lado, te descoloca.
Entonces, para cuando hablan pestes de la Argentina, acá tengo algunos números de lo que es la cultura solidaria de este país. ¿Saben cuántas personas se inscribieron para ser donantes de órganos en nuestro país? Fueron tres millones doscientos mil argentinos, que entraron a la página del INCUCAI. ¡Tres millones! ¡Una fila de Ushuaia a La Quiaca! Otra: hace diez años donaba sangre una persona cada tres o cuatro minutos, pero ahora dona cada treinta segundos, de manera que estamos por llegar anualmente a un millón de Argentinos distintos que donan sangre por lo menos una vez. ¡Un millón! Todos esos números son de nuestro pueblo. Y ahora, que vamos a hacer los índices sobre la pandemia, rompimos todos los récords de solidaridad.
El otro día recibí un llamado de Cáritas Córdoba. Todos los viernes le damos de comer a trescientas o cuatrocientas personas en situación de calle en Plaza de Mayo. Es un montón. Es un laburete y una mesa larga. Cáritas de Merlo Moreno, que son catorce personas entre laicos, laicas y curas, desde que empezó la pandemia le dan de comer con 52 ollas populares a trescientas personas, de lunes a sábado. La medida es de 27 mil raciones, que organizan catorce personas en lugares super inaccesibles. ¿Cómo se explica que toda esta energía y capacidad de dar de nuestro pueblo, de nuestra nación, de nuestra patria, no vaya por una vez, al menos, a la tapa de los diarios? No sé cuál será el mecanismo que no lo permite.
Tengo historias tremendas que me han tocado vivir, pero también tengo la sensación de que un pueblo de 44 millones de personas está del otro lado mirando, esperando a que le digamos qué hay que hacer para salir a hacerlo. Hay una Argentina que espera a ver que hay que hacer, y son millones. Pero cuando esos millones hacen cosas, ¿por qué después no se refleja? Esa es otra de las cosas a resolver.
#FF – Siendo un conocedor “transclasista” de la solidaridad en Argentina, si tuvieras la posibilidad de pasarle un papelito al Papa diciéndole: “diga esto para que se escuche hasta la Argentina”, ¿qué le dirías?
JC – Es difícil, porque me parece que al Papa no le queda nada por decir. Soy un charlatán de feria, pero en realidad, soy muy efectivista. Algunas críticas que recibe ahora el Papa vienen de un sector de la sociedad, y antes, cuando era Bergoglio, lo recibía del otro sector. Eso te muestra que el tipo tiene una tremenda autoridad. Pudo ser criticado por prácticamente toda la sociedad argentina porque tiene la libertad de pensar lo que se le ocurre. Cuando era Cardenal Bergoglio la crítica venía de un sector de la sociedad, ¡y cómo se daban! De manera que cuando le discuten la mirada política dan ganas de decir, amigo, este tipo sobrevuela tan alto, tan arriba, que todos lo han criticado alguna vez. Es muy libre el pibe. Me llama la atención que nadie haga ese análisis.