La mesa compartida y la abundancia de la vida son a la vez una matriz cultural, un modelo social, un proyecto político y una exigencia ética y espiritual. El debate sobre Vicentín repone en la escena argentina uno de los conflictos centrales que, como dice Francisco, «hay que acariciar». Eso significa ir con toda la fuerza de las fuentes de la doctrina y de la memoria. Los planteos del Papa pueden y deben articularse con la acción militante y las decisiones de política pública para «salir mejores» de la pandemia y del modelo que reparte el hambre.
¡ C R E E R ! He allí toda la magia de la vida
Raúl Scalabrini Ortiz
LA MESA Y EL BANQUETE
“El paraíso es un asado que no termina nunca”, dijo un amigo a los pies de la cordillera del viento cuando todavía no era párroco en la villa más grande de la Ciudad de Buenos Aires. En esos barrios y en muchos otros del país, la comida es hoy una urgencia. Hay voluntad desde el estado, hay solidaridad espontánea y hay organización popular. Pero no alcanza. Hoy falta comida en la mesa de muchos y muchas. Y en tantas otras el precio de los alimentos y los ingresos familiares resultan, otra vez, fuente de angustia y preocupación. No es nuevo en el país. La crisis del coronavirus lo pone de manifiesto de manera descarnada, y singular, al mismo tiempo que, como en otros tantos temas acá y en el mundo, cataliza y desnuda los problemas de fondo y las urgencias nuevas de nuestra sociedad. Vale para la salud, vale para la economía. “La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades”, son palabras de Francisco en medio de la pandemia que hablan de esto.
La comida no es cualquier cosa ni una cosa más. Es un tema que en su cotidiana seriedad rebasa lo estrictamente vinculado a la alimentación. La mesa compartida es de las cosas más sagradas de la vida. Compartir el pan y santificar las fiestas son sinónimos en nuestra cultura, y la fuente cristiana habla ahí una y otra vez.
La comida “no es joda”, pero para que sea plena debe ser algo parecido a un banquete. Porque plena y digna es la mesa abundante, en la que se puede comer tranquilos porque hay para todos. Durante la dictadura militar, Chichita de Erquiaga enseñaba a cocinar “con nada”, en una pedagogía de la escasez que se repitió en los medios en la era Macri. Pero la Argentina es la de Doña Petrona tanto como la de Evita. Son dos registros de lo mismo: la mesa puede ser austera y simple, pero puede y debe ser abundante por materia y espíritu. Lo saben las mesas del domingo, los asados de los albañiles y lo saben las milagrosas doñas de nuestros barrios, que levantan ollas populares que no reparten sólo guiso, sino también fuego, ternura y belleza, en mil rincones de la Patria. Petronas y Ramonas: hay una conciencia de nuestro ser colectivo ahí.
En Argentina hay para todos y más. “No es posible, morirse de hambre en la patria bendita del pan”, decía el himno del X Congreso Eucarístico Nacional que tuvo lugar en Corrientes en 2003, justo encima del acuífero guaraní. Entonces, el hambre era todavía un tema central en Argentina. “Con la comida no se jode”, podría haber sido el título alternativo para ese himno eucarístico. Y fue también una consigna de movilización –“el hambre es un crimen”– y un orientador de la política pública. Mercado interno, ingresos universales, políticas sociales, rescate de las jubilaciones. La soberanía alimentaria pasa acaso por propuestas agroecológicas, pero no menos que eso, es sostenida por estas medidas. Después de todo, “Asignación Universal por Hijo” es un nombre más de la mesa mínimamente garantizada para todos.
En estos días, el ciclo de la pandemia y la cuarentena va poniendo otra vez a la vista la necesidad de plasmar planes y formas de salida. Modelos de país y “planes para resucitar”. Como dijo Francisco, debemos -tenemos la exigencia política y ética de- “salir mejores”.
Se vuelve a poner en primer plano la necesidad de discutir las cuestiones centrales de la economía y la distribución de la riqueza y los ingresos en el país, el modelo producto y las decisiones que hay que tomar. Y lo que alimente esas discusiones será central para su resultado.
DON RAÚL / VICENTIN
Raúl Scalabrini Ortíz fue un correntino, mezcla de tano y vasco, que estudió ingeniería y que diseñó trenes de alta velocidad en la Argentina de mil novecientos treinta. Por esos años, también publicó su segundo libro: “El hombre que está sólo que espera”, una gran obra pre peronista, integrada por ensayos que podrían describirse como bocetos sobre el ser y el destino nacional. Scalabrini escribía, discutía, tomaba vino, comía asado, se peleaba, hacía política con Marechal, Borges, Macedonio Fernández, Güiraldes, García Tuñon. El hombre de Corrientes y Esmeralda es el personaje que inventó para caracterizar a esa generación que empezó a sentir la Patria como algo que merecía ser eterno. Una Argentina con un autoestima que quería reventar el encastre que la unía como una perla a la corona de la reina.
“Todo taller de forja parece un mundo que se derrumba”, es una frase de Hipólito Yrigoyen, que Scalabrini tomó junto a Jauretche, Manzi y otros, para nombrar a la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina. Ese “tanque de pensamiento” se había propuesto generar un movimiento popular y moderno para terminar con la dependencia nacional. Entre 1940 y 1946, Scalabrini publicó: Política británica en el Río de la Plata; Historia de los ferrocarriles argentinos; Los ferrocarriles deben ser del pueblo argentino; La gota de agua; Defendamos los ferrocarriles del Estado; Tierra sin nada, tierra de profetas. FORJA se disolvió en 1945 porque consideraban que sus objetivos y anhelos estaban cumplidos.
La abundancia de la pampa, la logística que la transporta y la dependencia. Scalabrini identificó que el principal obstáculo para el desenvolvimiento del ser nacional no era tanto la epistemología periférica de la inteligencia criolla -en la que Jauretche abundó tanto- como la sangría permanente de riqueza que se fugaba por los puertos fluviales del gran delta del Paraná. Don Raúl sabía que el verdadero desafío de la joven Argentina era la abundancia y no la escasez. ¿Si éramos capaces de ser el granero del mundo, cómo era posible que no alcanzara para los nuestros? Se necesitaba una fuerza capaz de reconducir el destino de la riqueza generosa de nuestra tierra. La abundancia debía empezar por las mesas de los argentinos.
En el siglo XXI, la tercera revolución verde y el acceso masivo de la nueva clase media china al consumo de carne pusieron a la gran planicie pampeana y el litoral regado por la vida del Acuífero Guaraní, en una posición de ventaja comparativa. La frontera agrícola se expandió, el rinde aumentó y el excedente se concentró. Un intento imperfecto por modificar el coeficiente de captación de esa renta derivó en una disputa que aún organiza el imaginario político en el país. Quienes condujeron esa resistencia corporativa lograron llegar al gobierno por los votos de las mayorías. En 2019, produciamos alimentos para 350 millones de personas y terminamos declarando la emergencia alimentaria en el país. La empresa Vicentin es protagonista de toda esta historia.
PANES, PECES Y MISERICORDIA
En un mundo lamentablemente herido por el virus de la indiferencia, las obras de misericordia son el mejor antídoto. Nos educan, de hecho, a la atención hacia las exigencias más elementales de nuestros «hermanos más pequeños» (Mt 25,40)
Francisco, 12 octubre de 2016
La materialidad de la vida en su dimensión sagrada, espiritual, colectiva, trascendente y urgente se plasma en Francisco en una noción central, que parece insertarse o provenir de una serie distinta, casi ajena, a la justicia: la misericordia. La palabra es extemporánea y tiene mala prensa. Está pregnada de pietismo y probablemente subvalorada por sentimental o poco revolucionaria. Pero pasa esto: al acercarse al concepto y sus fuentes, a la definición más precisa, ésta no se distingue mucho del más empinado catálogo de cuestiones sociales “duras”: dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, recibir a los extranjeros y forasteros, atender a los enfermos y velar por los presos. Una enumeración prácticamente idéntica a la que Marx puede usar en sus escritos para describir las necesidades del proletariado que el capital subsume.
Pero, al mismo tiempo, la cuestión de la misericordia no está puesta, en esta tradición en la que abreva y difunde Francisco, en “perspectiva de derechos”, como estila nuestro pensamiento hegemónico progresista y, más en general la cultura política o lo que señalan las disciplinas que nombran lo social y lo político. No lo está en dos sentidos: más que de derechos se trata de acciones solicitadas, exigidas. Y son obras. Realidad efectiva. En el sentido de que cuentan como fuente a la práctica y la fuerza, no el derecho abstracto. Son del campo de la obligación: primero es la responsabilidad con el otro, el imperativo, la urgencia y la concreción del responder. Antes que el derecho. Entonces, aquí dos rasgos: por un lado primado de la acción (hasta podríamos decir “de la fuerza”, pero sería mal interpretado, si no aclaramos que nos referimos a la fuerza como potencia, y como debilidad-ternura). Obras, efectuaciones, efectividades. Praxis diría alguien. Gestos, seguro recalará el Papa. Pequeños: pero no por diminutos, sino por posibles. No óptimos, sino reales. Y por otro lado: responsabilidad, iniciativa, urgencia ética más que principio moral.
Hay dos grandes imágenes en la tradición evangélica sobre el compartir de los bienes. Los primeros milagros de Jesús son relativos, claramente, a la mesa compartida. No es menor el hecho de que el primero no sea la comida, sino la bebida. Convertir el agua en vino, para que la fiesta no se frustre. Si Caná de Galilea estuviera en Argentina, alguien diría: “¿Cómo es que el milagro se orienta al vino (encima vino bueno, mejor que el que se había acabado, dice el Evangelio en modo Enólogo Divino) y no a las necesidades básicas? ¿Porque el lujo?¿Por qué piden “flan?” O, también: “En vez de darles vino, ¿por qué no les enseñan a pescar o a hacer su huerta?”. Pero en esta tradición cristiana, y más aún en su fuente evangélica directa, hay algo que sobreabunda. O sea: exceso, plus de vida buena. No mera polenta y sobrevivencia. Vino y del bueno.
La gran escena populista -por mencionar una de ellas, en realidad- de los inicios de la predicación de Jesús a orilla del Río Paraná o Lago de entonces, también es alimenticia: la multiplicación de los panes y los peces. Conmovido por la multitud, la reacción es esta: Denles Ustedes mismos de comer. Se toma lo que hay, y se organiza de modo tal, que además -otra vez el plus- sobran canastos. Quien conoce un poco de geografía palestina , sabe que el número de canastos que sobran es el mismo que el número de pueblos que estaban a la orilla del lago. Para colmo, una parte de esos pueblos eran de otras patrias.
La otra gran imagen es la del “reino” -venidero pero presente- como el banquete compartido. Es complemento reflexivo de estas anteriores, que son milagros efectivos, efectuaciones. No es un mero tratado de soberanía alimentaria pero tampoco, como queda claro por los textos mismos, no se habla de abstracto alimento espiritual. Es una indicación, recogida por la tradición posterior, de por donde va la cosa llamada salvación.
Estos viejos relatos están en el origen de la idea de igualdad y de justicia social. Para todo el mundo, y para nuestra cultura política también. O, mejor aún, hay que ponerlos de nuevo allí. Francisco, como otros, vuelve a traducir esto para este tiempo.
Lo hace articulando una especie de cruz conceptual: entre las obras inmediatas, gestos de cada uno, fundamentales como sostén, casi diríamos como disciplina militante, por un lado, y medidas estructurales -salario universal, interpelando a los estados y dirigencias- y consignas englobantes -Tierra, Techo y Trabajo, como apelación al pueblo plasmada en un llamado a los movimientos.
Y por otro lado, sosteniendo la tensión de las cuestiones materiales con la experiencia vivida, del dolor y el sufrimiento, la ternura y la cercanía, que son los modos en que el Papa, lejos de una abstracción griega o escolástica, o socialdemocracia, plantea el fondo espiritual, el nudo álmico de la cosa, esa de la soledad de los hombres y mujeres que el capitalismo en general y sus sacerdotes en particular conocen tan bien. Como Margaret Tatcher tan bien expresaba cuando decía “la economía es el medio, el objetivo es el alma”.
DISTRIBUCIÓN Y RECONOCIMIENTO: PODER RESPIRAR
Los episodios de estos días en el mundo nos dejan otra imagen para conectar la cuestión espiritual que está en juego, esa batalla en su complejidad.
El asesinato de Geroge Floyd a manos de los policias norteamericanos desató protestas en Estados Unidos y en todo el mundo. Ahi se juega otra vez una dimensión central, la de la cultura del descarte y el hecho de que sigue habiendo ciudadanos de segunda.
Las protestas se extendieron por el mundo, pasando por Europa e incluso los palestinos desde el corazón del mediterraneo y el viejo mundo recordaron que ellos no pueden respirar desde 1948.
La primera impresión puede ser que esto conecta la cuestión de la distribución de los bienes materiales, de la riqueza, con la problemática del reconocimiento. Y es así.
Pero puesto en la máquina conceptual de #FF, esto es algo más que eso.
“I can’t breathe”: No puedo respirar. La cuestión de la respiración no es cualquier cosa. La respiración es la expresión corporal del espíritu. Por eso está la partícula sp en ambas, es la de “spiritus”. Del soplo.
El fenómeno cristiano es este: el espíritu es derramado sobre todos y para todos.
Es pandémico, para todo el pueblo, para el pueblo entero. Y para todos los pueblos, como bien se ocupa de recalcar el relato de los Hch, que menciona nada menos que quince nacionalidades en la escena inmediata de pentecostés.
Entonces, si uno toma el desafío del Papa de tomar “el Pulso del espíritu” no hay más que atender a tres o cuatro cosas, y no a la imagen de una paloma evanescente: los que no pueden respirar, desde Palestina a Minneapolis y de los Qom a Retiro. Los que están llamados a sumarse a la construcción; desde los movimientos sociales hasta todos los descartados en las periferias existenciales, geográficas y sociales hasta todos los que están ahogados por la indiferencia o por el pensamiento “fatal” de la economía, que asfixia con la tecnoburocracia tanto nuestros modos de pensar el mundo como la casa común.
Las cosas que dice Francisco nos invitan a ver esto: la noción de que todos somos hijos de Dios está en la fuente de los derechos humanos y de la idea de igualdad. La matriz de la noción de ciudadanía no se puede separar de la idea de comensalidad. Las sociedades que no evalúen su propia mesa compartida, y a quiénes y cuántos sientan a la mesa de lo común, tendrán acaso democracias formales, pero los muros levantados por y para la exclusión pueden y deben ser puestos a la vista para evaluarlas.
Desde otro lado, los “puentes” que Francisco llama a construir o la cultura del encuentro que propone, sería esperable que no se agoten, ni en la interpretación ni en la concreción, en llamamientos multiculturales simples ni en confraternizaciones sin costo.
Aunque la gratuidad del encuentro humano es central y potente, la invitación nuestra es a pensar los puentes también y sobre todo como las políticas públicas que generan distribución del ingreso y la riqueza. Y la cultura del encuentro como el arte y el coraje de las decisiones políticas que permitan que nuestra sociedad sea un pueblo, un poliedro polifacético donde todos entran. No como apenas sobrevivientes, sino como plenos humanos planificados en la construcción histórica, alimentados por una memoria compartida, encendidos por él el espíritu común de creer en esta tierra.
DESTINO UNIVERSAL DE LOS BIENES
“Un día como hoy, un sábado, Jesús hizo dos cosas que, nos dice el Evangelio, precipitaron la conspiración para matarlo. Pasaba con sus discípulos por un campo, un sembradío. Los discípulos tenían hambre y comieron las espigas. Nada se nos dice del «dueño» de aquel campo… subyace el destino universal de los bienes. Lo cierto es que frente al hambre, Jesús prioriza la dignidad de los hijos de Dios sobre una interpretación formalista, acomodaticia e interesada de la norma.”
Francisco, Mensaje a los movimientos sociales, Roma 2016
El principio del uso común de los bienes, es el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social.(…) La tradición cristiana nunca ha aceptado el derecho a la propiedad privada como absoluto e intocable: Al contrario, siempre lo ha entendido en el contexto más amplio del derecho común de todos a usar los bienes de la creación entera: el derecho a la propiedad privada como subordinada al derecho al uso común, al destino universal de los bienes. (…) El destino universal de los bienes comporta vínculos sobre su uso por parte de los legítimos propietarios. El individuo no puede obrar prescindiendo de los efectos del uso de los propios recursos, sino que debe actuar en modo que persiga, además de las ventajas personales y familiares, también el bien común. De ahí deriva el deber por parte de los propietarios de no tener inoperantes los bienes poseídos y de destinarlos a la actividad productiva, contándose incluso a quien tiene el deseo y la capacidad de hacerlos producir.
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n.72 al 77
“Abrid de par en par las puertas de vuestros graneros, dad salida a vuestras riquezas en todas las direcciones. Dime, ¿qué es lo que te pertenece?, ¿de dónde trajiste nada a la vida?, ¿de quién lo recibiste? Así son los ricos: se apoderan los primeros de lo que es de todos y se lo apropian, sólo porque se han adelantado a los demás… Si cada uno se contenta con lo indispensable para atender a sus necesidades y dejara lo superfluo a los indigentes, no habría ricos ni pobres”.
“Ea, pues, reparte de modo vario tu riqueza, sé ambicioso y magnífico en gastar en favor de los necesitados. No vendas a altos precios, aprovechándose de la necesidad. No aguardes a la carestía de pan para abrir entonces tus almacenes. No esperes, por amor al oro, a que venga el hambre, ni por hacer negocio privado la común indigencia. No seas traficante de las calamidades humanas. Tú miras el oro, y no miras a tu hermano: reconoces el cuño de la moneda y disciernes la genuina de la falsa, y desconocemos de todo punto a tu hermano en el tiempo de necesidad.”
Basilio el Grande, padre de la Iglesia, año 329-379 d.c.
“Por eso es que, sin que hayan desaparecido aún las causas y los efectos de una lucha cruel, estamos ya elaborando pacientemente los medios que habrán de servirnos para enfrentar con seguridad los acontecimientos del futuro. Y en esta tierra nuestra, donde se han confundido y delineado los tipos sociales de las más encontradas inmigraciones, estructuramos, con fervor humanitario, los fundamentos económicos y sociales de un nuevo convivir, que no tiene más aspiraciones que la acción reconstructora de lo que el hombre pudiera haber perdido por su individualismo excesivo, no enteramente compatible con nuestras instituciones de honda raíz democrática. (…) Vivimos una época de la historia del mundo en que el egoísmo ha pasado a ser una de las peores desgracias de la humanidad. Es necesario que día a día, poco a poco los hombres ricos o pobres, pudientes o humildes, se convenzan de que nada en la vida puede valer la desgracia de un niño que llora o de una madre que no puede darle de comer.(…) Es indudable que el problema fundamental de gobierno en la hora presente finca en la solución de cuestiones que atañen a las masas rurales y a las urbanas, para ir después a la organización integral de la riqueza del país.”
Juan Domingo Perón, Doctrina peronista, 1947
El tweet, el comment, la noticia (fake o no, en un punto tienen algo en común, para desgracia de todos), los zócalos: todas estas cosas tienen algo en común. Quitan a la palabra del tiempo, y la dejan como mero episodio en un espacio cada vez más plano.
Son lo que Heidegger habría llamado “las habladurías”.
Devolverles a las palabras el espesor del tiempo es una tarea urgente que tenemos. Por eso rescatamos aquí estos párrafos de fuentes diversas, separados entre sí algunos por años, otros por décadas y otros por siglos.
“La actualidad” suele resultar inversamente proporcional a su “actuación”, a su carácter de acto. El espesor del que hablamos pone a la palabra en clave y exigencia de memoria, y en contar con una doctrina es un modo de disponer de un lugar donde las palabras son “ordenadas” por la fuerza la memoria. Allí, ellas se vuelven proveedoras y posibilitadoras de criterios. Y en ese momento dejan de ser sonido que se pierde, para transformarse en pronunciamientos que transforman o en declaraciones que transfiguran a lo sujetos.
Lo que suceda en este tiempo con cuestiones como la intervención y expropiación de Vicentín, las decisiones que vayan a tomarse en el ámbito impositivo, las medidas de política social y la construcción economía que se encamine en lo que viene después de la pandemia necesitan de palabras con espesor. No alcanza comentar ni confrontar. El coraje -la parresia, diría Francisco- de la prudencia será central.
La dirigencia, de todos los militantes de los diferentes campos y sectores, y la ciudadanía en general, tenemos y tendremos necesidad de entrar a una gran conversación que nos una a todos (como dice Francisco en el número 14 de Laudato Si).
Hondura, amplitud y tiempos largos son tres dimensiones que la fuente cristiana, junto con otras, le puede aportar a la vida social y la construcción colectiva. Esa larga conversación ya empezó, y tendrá momentos de debate fuertes en el parlamento, los medios y las casas, y en su momento en las calles.
El debate que hoy se expresa en lo que pase con la empresa Vicentin pero se desplegará en multiples cuestiones y temas. Aquello que nuestra gente, los diferentes sectores y actores sociales “crean” en cada fase de esta discusión, será fundamental para el resultado.
El capitalismo, y más aún en su versión neoliberal, opera sobre la creencia: porque el primero es una religión y el segundo lo plasma en una feroz liturgia de promesas y sacrificios, repartidos de manera tan sangrienta como eficiente. Por eso creemos que la fuente religiosa, la doctrina y la palabra de Francisco, justo ahí donde recoge cosas nuestras y del largo y ancho camino de los pueblos, puede y debe ser un aporte fundamental. Y una herramienta de construcción. Lo que nuestro pueblo crea y pueda creer tiene mucho que ver con lo que pueda vivir. Como lo expresa Scalabrini en la cita que abre este artículo.
Pandemia significa “para el pueblo entero”. Cuando la discusión sea sobre la mesa de los argentinos -corazón de la casa común, indicador central de la justicia social- que esa conversación se alimente de las mejores palabras, para que la mesa sobre abunde, y sea para todos.
La mesa está servida.
Buen pranzo: buen provecho para todos.
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