El Gringo tiene una presencia contundente, una mirada clara y una precisión cuando habla que pocos pueden mostrar. El Secretario General de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (UTEP) combina el peso de una trayectoria con la claridad política y la sensibilidad de un hombre que sabe de dónde viene y está donde tiene que estar. En esta semana donde se conmemora el día de los Trabajadores, Esteban «el Gringo» Castro habla con #FF de la vida de todos y de su vida, las fuentes de su compromiso y el futuro de nuestro pueblo, desde el lugar que sabemos es el de él: los movimientos populares en su camino de cayetanos y ollas populares, pero sobre todo de organización y trascendencia encarnada. Habla de su vida, piensa doctrinariamente y cuenta la acción con una fuerza y una convicción que contagian.
#FactorFrancisco – Este es un momento en el que se nos movió el piso. La pandemia nos puso a todos frente a la cuestión de la muerte, la finitud y el límite y de alguna manera eso hace que diferentes formas de lo religioso tomen otra dimensión. ¿Cómo lo ves eso?
Esteban “Gringo” Castro – Mi religiosidad viene de la experiencia comunitaria. Estuve veinte años construyendo en un mismo barrio y desarrollando estrategias de organización popular basadas en la comunidad, y eso es lo que me llevó al cristianismo. Me fui haciendo cristiano en mis relaciones con el pueblo. Cuando veo cómo actúan mis compañeros y compañeras ante esta crisis refuerzo mi convicción de que la vida en comunidad es la que te protege, te cobija, te permite un pensamiento más colectivo que individualista. Estamos en un momento donde pareciera que sólo la comunidad puede garantizar el futuro. Lo comunitario, empujado por un Estado mucho más amigo, que tiende a la protección y al cuidado, muestra una dirección de salida.
#FF – Haces mención a 20 años de construcción comunitaria y popular en tu barrio. ¿Cómo fueron tus orígenes y que te llevó a hacer esas opciones?
GC – Yo nací en un pueblo, que ahora ya es ciudad, que tiene ocho mil habitantes y se llama San Cayetano. Sí, estoy marcado. Mi vieja es nacida y criada ahí, y mi viejo que es de Mataderos, nació un 7 de agosto, día de San Cayetano (risas). Es más, cuando después nos mudamos a Merlo, si me sentía medio bajón era recurrente que tomara el tren a Liniers y fuera al santuario de San Cayetano. Eso que no era un adolescente de misa ni religioso, pero buscaba la contención ahí adentro. En Merlo mi viejo empezó con la fábrica de muebles de oficina, y aunque después vino la dictadura y el rodrigazo, pudimos construir una casa bastante digna para los seis que éramos. Siempre vivimos con lo justo, no teníamos auto, y la crisis del 89´ me llevó a ser vendedor ambulante y ahí encontré gente que la pasaba peor que yo. Y por eso digo que el aprendizaje verdadero radica en ir a los barrios. En los noventa no hubo una lógica de ir a organizar a los barrios, sino que estos se arreglaron como pudieron. A lo sumo había una conducta de asistencia, pero por lo general se libraba su suerte al azar. Siempre milité en Moreno, y la vida en comunidad la fui aprendiendo en la zona de Cuartel V, que podría considerar mi lugar en el mundo. Cuando iba a ver a mi novia tomaba un colectivo que era de una mutual que se llamaba Colmenar, y me sorprendió que el chofer paraba en cualquier lado. Dónde los vecinos lo paraban, se detenía. Además el tipo te saludaba, había una lógica compañera. Así que entré al barrio viendo el amor.
#FF – ¿Qué encontraste ahí?
GC – Como decía, fui criado en un hogar de clase media baja donde nunca nos faltó para comer. Después fui metalúrgico y laburaba todo el día. Pero cuando se vino la crisis del ´89, me quedé en la calle y terminé como vendedor ambulante, conocí a muchos que estaban peor que yo. Quizás en ese momento estábamos igual, pero el tema era que ellos siempre habían pasado necesidades. Algunos compañeros me dicen que fue porque ahí me puso Dios, quizás me empujó la propia crianza, pero la cuestión es que elegí quedarme con ellos y construir desde ahí. Y en el barrio empezás a ver que las cosas no son tan lineales. Por ejemplo, cuando desde tu propia experiencia de clase media, con tu educación familiar, ves que una mamá le pega tremendo coscorrón a su hijo, tu moral la condena por zamarrear a una criatura. Te estoy hablando de hace 20 años. Uno podría decir un montón de cosas negativas de eso vinculado a la violencia doméstica. Pero después uno veía que esa misma mujer era la que organizaba el comedor que alimentaba ciento cincuenta pibes, poniendo el pecho en el momento más crítico. Por eso creo mucho en un planteo que leí del Papa, que yo ya lo tenía adentro pero que no sabía cómo expresarlo. Como siempre, fue Francisco el que tiró el centro para que la pare de pecho. Es la idea de que hay un pueblo santo. La santidad no es tan individual sino que más bien es colectiva. Nuestro pueblo es santo, nuestras mujeres, nuestros compañeros, pero no andan todo el día con la aureola. No le podes pedir que sean santos todo el día viste, algún pecado vamos a cometer. Pero en la vida comunitaria hay una santidad colectiva.
#FF – En los barrios más humildes hay una solidaridad y un tipo de vínculo que en otros lados se fue perdiendo. ¿Cómo definirías esa santidad colectiva?
GC – El proceso de ir construyendo esta santidad del pueblo viene de hace mucho tiempo. Algunos de nosotros vivimos el peronismo, o lo vivieron nuestros padres y abuelos. Cuando murió Perón yo tenía 8 años, pero me acuerdo que en mi infancia me la pasaba todo el día en la calle, como viven hoy en los barrios populares. Pero yo vivía tranquilo de que no me iba a pasar nada. Había un Estado que me cuidaba, y ni siquiera se hablaba de los derechos del niño. ¡Me cuidaba y punto! Si me escapaba lejos del barrio y me subía al tren, me agarraba el guarda, me preguntaba de donde era y me mandaba de regreso a la casa. A lo sumo me decía “no lo vuelvas a hacer, pendejo”. Los proyectos neoliberales, al menos en Argentina, hicieron pelota ese tipo de cuidado. Cuando llegaron las privatizaciones y la financiarización de todo, vi como las calles de mi barrio fueron quedando vacías. Por eso creo que el mensaje central es que hay que sostener la vida en comunidad. Si tuviera el poder de hacerlo, decretaría que a partir de las seis de la tarde toda la Argentina está obligada a salir a tomar mate a la vereda. Bueno, ahora no se podría, pero cuando salgamos de todo esto, es eso lo que hay que recrear.
#FF – Si hablamos de doctrina ¿Qué le dice el Papa Francisco a tu peronismo? Y, en modo más general, ¿qué ves que le dice al peronismo “realmente existente”?
GC – Me parece que conecta con el que está más imbuido en la cultura nuestra. Me parece que toma eso. Nosotros reivindicamos el peronismo porque fue el movimiento que pudo llegar al poder. Y por eso se lo señala como el hecho maldito. Hubo muchos intentos de movimientos populares en Latinoamérica que lamentablemente no llegaron. El proceso de Chávez en Venezuela, por ejemplo, llegó pero tarde, cuando desarrollar el pleno empleo es globalmente dificilísimo. En mi humilde opinión, creo que el Papa toma la cultura del peronismo, los hilos de la comunidad organizada, o de cómo se organiza la comunidad. Cuando vino la globalización nos fragmentó. Dejó a un sector de la clase trabajadora adentro de la fábrica, en el estado o en los servicios, permitiéndole a ese segmento seguir gozando de sus derechos, pero también dejó un 40% de trabajadores excluidos que pese a eso nunca dejamos de ser parte de ese movimiento popular y del movimiento obrero. Cuando Francisco dice: “ojo que son todos trabajadores, y tienen los mismos derechos que el resto”, está retomando el peronismo que intenta que todos tengan los mismos derechos y que lo logra. Aunque ahora no lo estamos logrando, creo que en el planteo del Papa está la idea del pleno empleo como horizonte. No como lo vivimos nosotros en el siglo XX, porque el proceso de concentración económico ha sido brutal, pero si en la medida que los laburantes nos generamos nuevas formas de trabajo y que esas formas deben ser reconocidas. Por eso digo que las ideas de Francisco son una actualización doctrinaria del peronismo. El pleno empleo se puede construir de otra forma. Si viene algo mejor, lo tomaremos, pero por ahora no hay otro camino posible. El laburo que hacemos, la economía del cuidado, el reciclado, la venta ambulante, lo que te imagines que se hace por fuera, tiene que tener los mismos derechos que el resto de la clase trabajadora.
#FF – Apostar por la comunidad, por las organizaciones populares y por una nueva forma de concebir el mundo del trabajo son ideas centrales en el pensamiento de Francisco. El domingo de Pascua pasado, el Papa envió una carta a los movimientos populares con ese espíritu. ¿Cómo lo vivieron ustedes?
GC – En los movimientos hay una izquierda popular que entiende lo que fue el proceso del peronismo en Argentina, y también otros compañeros que somos peronistas de la cuna. Todos tenemos un gran aprecio por Francisco. Entonces, que nos mande un mensaje el día de la Resurrección de Jesús es, desde el lenguaje simbólico, muy importante. Los símbolos para nuestro pueblo son clave, y son formas de comunicación que el neoliberalismo y la globalización vienen trabajando para que los perdamos, y nosotros los recuperamos todo el tiempo. Por eso creemos que la resurrección es con los demás, es colectiva. Pero tampoco quiero caer en la romantización o idealización de los movimientos populares, y el Papa tampoco cae en eso. El planteo es simple. Con todas las contradicciones que tenemos, estamos al lado de un pueblo humilde que va para adelante como puede, con sus “idas y vueltas”.
#FF – Algo que pegó fuerte de la carta a los movimientos populares fue el planteo del Papa de que es tiempo de analizar la implementación de un salario universal. ¿Qué piensan desde la UTEP (Unión de Trabajadores de la Economia Popular) respecto a esa posible respuesta a la crisis de la pandemia?
GC – Nosotros estamos trabajando en un documento en el que planteamos esa medida pero en conjunto con otras, como la necesidad de crear un millón de chacras productivas, la construcción de un millón de viviendas, y hasta fundar nuevas ciudades. Es un planteo que está relacionado siempre al trabajo, y que en el marco de la pandemia sentimos que entra mejor que nunca en el debate público. Hay compañeros y compañeras de los sectores medios que son monotributistas y hoy están sin trabajo. Quizás muchos de ellos en algún momento pensaron que nuestros compañeros eran todos unos choriplaneros, y hoy están anotándose en el IFE (Ingreso Familiar Extraordinario) porque lo necesitan. Por eso es un tiempo indicado para decir estas cosas.
Ahora, nuestro concepto de Salario Universal está vinculado a que todos los días salgas a laburar, sean tres o seis horas, y no a que te quedes en tu casa mientras entra la plata. Porque sino no se construye la comunidad. El objetivo es un piso salarial para los trabajadores. Por ejemplo, si estás en el sector de la construcción y de momento no estás laburando porque se terminó la obra, la idea es que sigas cobrando ese salario para esta tranquilo hasta que vuelvas a entrar a otra. No para que vivas de ese seguro de desempleo, porque si no otorgas la posibilidad de que te digan “vos vivís de nuestros impuestos” con un discurso que fragmenta. Necesitamos una sociedad que no esté fragmentada. Cuando Francisco pide el reconocimiento a los compañeros que trabajan por fuera del sistema formal, está pidiendo también el reconocimiento a su necesidad de salario. Si trabajás cuidando chicos y hace diez años que tu sueldo es la mitad del mínimo, bueno, ya es tiempo de empezar a cobrar el mínimo. El eje siempre está vinculado al trabajo, y el trabajo es lo que hacemos como personas. No es ni explotación ni trabajar dieciséis horas, sino lo que permite realizarte.
#FF – ¿Cómo es el diálogo sobre el Papa o sobre la Virgen de Lujan como símbolo en las movilizaciones, con los compañeros que vienen de una vertiente más de izquierda?
GC – Por suerte hay mucho respeto. Primero porque peleamos juntos, nos reprimen juntos, y vamos en cana juntos. Tenemos una hermandad en la lucha. Pero además pasa que el compañero que tiene una filosofía más de izquierda, tiene una base social con las características de nuestro pueblo, y por eso hay una izquierda popular. Después, claro, hay una izquierda que no lo respeta. Pero tengo en general recuerdos positivos. Una vez que nos reprimieron en el Puente Pueyrredón, habíamos llevado una Virgen de Lujan y al compañero que la sostenía la policía no lo podía voltear. Más adelante, en otra manifestación, se generó un encontronazo con la policía que los dirigentes mismos tratamos de disipar, y ahí, en plena negociación, Vilma Ripoll del MST me dijo: “¡Che, Gringo, no trajiste la Virgen esta vez!”. Y esto te lo digo también pensando en que yo trato de ser muy respetuoso del campo evangélico. Tengo amigos entrañables que son pastores, evangélicos. Con ellos no tenemos ninguna diferencia salvo que a mí me gusta pedirle a la Virgen como intermediación y a ellos no.
Creo en la unidad del cristianismo popular. Porque cualquier religión que es atravesada por la lógica de la globalización y el neoliberalismo termina generando fragmentación. A mí me gusta discutir con pastores evangélicos cuestiones teológicas cuando aparece lo de la teología de la prosperidad. Hay un montón de pastores que no están de acuerdo con esa lógica que te dice que “cuanta más plata ponés, más te prospera Dios”. Es más, te diría que la mayoría de los pastores de la Argentina no está de acuerdo con esa lógica, y a todos esos los católicos los tenemos que abrazar. Es difícil pero hay una fragmentación que tenemos que resolver, porque esa unidad también es necesaria, y hay que laburarla.
#FF – Pensando en esto de la fragmentación y la dificultad para comprender la complejidad del mundo religioso ¿cómo ves esa dimensión de la espiritualidad y la mística en la militancia de los sectores medios?
GC – Hay cierta reticencia que es comprensible. En mi caso, viví muchos años renegando de la Iglesia, y gran parte de ese tiempo estuve en los barrios construyendo comunidad. Me acuerdo de un cura amigo a quien le dije directamente “yo dudo de la existencia de Dios”. Él me contestó “mira, yo veo que lo que vos y tus compañeros construyen es cristiano. Eso es el cristianismo. Después podés tener dudas, como todo el mundo, pero tu accionar y el de tus compañeros es cristiano”.
A mí me interesa que se profese la fe cristiana es porque está íntimamente relacionada con los humildes y desprotegidos. Creo que hay que hablar de Dios y leer la Biblia, pero el comportamiento y la acción son fundamentales. Si te falta una de las dos cosas andas medio rengo. He visto mujeres de los barrios que mientras esperan el colectivo, si ven la imagen de la Virgencita en un altar callejero la tocan antes de seguir camino. La religiosidad está incorporada en su vida. Hubo un 7 de agosto donde yo planteé que “el pueblo no separa la fe de la lucha porque no separa la fe de la vida”. Es algo que está dicho, no que inventé yo, pero en realidad, se trataba de un mensaje que me costó años entenderlo. Cuando lo asumís es porque lo estás sintiendo, y en muchos sectores de clase media eso no aparece. Será por la propia formación, o por vincularse de otra forma. Quizás porque en Capital no encontrás una Virgencita en cada esquina.
Si bien la Iglesia con Francisco se está planteando trabajar afuera del templo, durante muchos años se metió para adentro. Tal vez sea un efecto de la globalización. Cuando viene la ola de fragmentación brutal, uno se recuesta sobre lo conocido y lo cuida, abraza lo propio, lo más chiquito. Francisco plantea el salir como una medida transformadora para entrar en comunión con mucha más fuerza. A algunos les cuesta más que a otros, y nosotros debemos salir al encuentro de los sectores medios para dar esta discusión.
#FF – En tus palabras aparece mucho la figura de la mujer de los barrios. “Un plan para resucitar”, el artículo que publicó Francisco para las pascuas, pone al genio femenino como vanguardia de la resurrección. Visto desde los movimientos populares, ¿cómo juega la fuerza de lo femenino y como se la pone en forma en pos de la unidad?
GC – Si pude entender el cristianismo fue a partir de las compañeras, no de los hombres. La vida comunitaria la lleva adelante con mucha más fuerza la mujer. Aun con la violencia de género, aun teniendo que criar a cinco o seis hijos, aun con todo el machismo que es abrumador y avasalla la cultura de los barrios, son las mujeres las que ponen amor y comunión a la construcción de comunidad. Después tenés algunos compañeros que más o menos lo entendimos, sin dejar de ser machistas por eso. Pero reivindico que el cristianismo popular está fuertemente vinculado al feminismo comunitario, más allá de las posiciones que existan sobre determinados temas que se van imponiendo, como el aborto. Hay mujeres que se han hecho abortos y están en contra de la legalización. Todo es muy contradictorio, y por eso es difícil armar un esquema de quién está en cada lado en relación a algunos temas. Pero, ¿quién nos va a ayudar a salir de la violencia? Yo creo que las mujeres. Las compañeras son las que me han ayudado a erradicar una violencia que llevo adentro. Me salvaron, porque me hubiesen cagado a tiros o a fierrazos, en peleas que no era en defensa de nada sino por puro machismo. Despojar esa violencia aprendida en la crianza solo puede hacerlo una construcción comunitaria y con la impronta de las mujeres. No quiero decir que las mujeres no puedan ser violentas, pero el desarrollo del feminismo comunitario ha contribuido mucho a romper con el machismo. Tengo compañeras que salieron de la organización de base de Moreno que son personas extraordinarias. Lo que noto en ellas es un amor de trascendencia, un amor que no es solo cuidar a los hijos míos sino a los de todos. Esa es la expresión más clara del cristianismo.
#FF – Hablando de los barrios, uno de los lemas que siguió al #QuedateEnTuCasa fue el #QuedateEnTuBarrio, como buscando adaptar la cuarentena a las necesidades y dificultades de los barrios más humildes. ¿Qué podes destacar de cómo se organizan los barrios del tercer cordón con el coronavirus?
GC – Tengo un mapa más preciso de lo que pasa en Moreno pero me informo de lo que pasa en todo el país. En Moreno hay casi ochenta ollas populares, y actualmente reciben vianda 85 mil personas de una población que estimamos es de 700 mil. Tenemos muchas formas de alimentación que las va organizando la comunidad. Con el coronavirus, hay por un lado algo de solidaridad creciente, pero por otro se busca también una manera de no ser parte de la propagación del virus. Si antes había veinte personas trabajando en el comedor, se redujo el número, porque si uno se contagia no puede quedar nadie para seguir cocinando. Hay que mirar todos los detalles. Todavía no vino una propagación grosa, pero uno se prepara para que nos toque la puerta en cualquier momento. Y eso no pasa sólo en Moreno. Un gran amigo mío labura en barrios de San Isidro y es lo mismo, dónde hay pobreza hay ollas populares.
Pero estas ollas son diferentes. Antes hacíamos las ollas y las movilizaciones masivas contra una política neoliberal. Hoy las ollas son por el cuidado, y porque Macri dejó un país hambreado, y no alcanzamos a salir que se nos vino la pandemia. Cuando alguien del Gobierno toma una medida basada el cuidado y el amor el pueblo responde en la misma dirección. Entonces, no hay ollas populares puteando al gobierno, sino preocupadas porque la gente coma y para que no nos destroce la pandemia.
Esto es porque Alberto tomó una medida basada en el amor al pueblo. Después, esas medidas hay que profundizarlas. Nosotros siempre llevamos propuestas, pero no siempre nos toca la suerte que tenemos ahora, de tener un oído del otro lado. Néstor y Cristina hicieron cosas en el mismo sentido, pero no tuvieron una pandemia como esta. La situación era muy compleja, fueron apoyados en un principio, pero después les saltaron a la yugular, como le puede pasar a Alberto si sigue apoyando al pueblo. Pero creo que Alberto tomó una medida que el pueblo la asimiló muy bien.
Hoy tenemos la posibilidad de recuperar esa sensación de tener un Estado que nos cuida. Estamos en el momento de profundizar para el lado que hay que profundizar, o de que vengan las grandes corporaciones a arrasar y llevarnos a índices de 60% de pobreza. Por eso hay que pensar cómo avanzar y hacer propuestas que la inmensa mayoría se sienta beneficiada. La pandemia tiene esas dos vertientes. Por un lado el mundo es un caos, y por otro decís “mirá que maravilla la solidaridad que está generando”.
#FF – En pocas palabras, ¿cómo ves la salida de la pandemia?
GC – Si se pone el acento en la construcción de comunidad, somos invencibles, no hay forma de perder. La muerte es parte de la vida, es algo que nos ocurre como pueblo todo el tiempo, pero evitando que la enfermedad se masifique y poniendo el eje en la comunión, en construir lazos mucho más solidarios, vamos a poder enfrentar lo que se nos viene, mucho más fuertes. Tenemos que construir un cristianismo popular. Depende mucho de nosotros, de no meternos para adentro cuando podamos volver a estar afuera. Acompañando. Reivindicando cuando hay decisiones amorosas de parte del gobierno y criticarlo cuando no lo son. Si hacemos todo eso, entre todos salimos.